Hace un par de días vimos con mi mamá el reportaje televisivo sobre el “monstruo de Amstetten”. El caso de Josef Fritlz, austriaco de 73 años que encerró a su hija en un sótano durante 24 años, obligándola a relaciones incestuosas (y mucho más), ha impactado a la audiencia mundial sobre todo por el poco tiempo transcurrido desde el secuestro de Natascha Kampusch (hoy –vaya ironía- glamorosa conductora de un programa de televisión…no sería raro que dentro de un tiempo Elizabeth Fritlz escribiera sus propias memorias del subsuelo. En fin, cosas del marketing).
Lo que me parece llamativo es la extraña similitud entre el montaje que durante años mantuvo rigurosamente Fritzl y el escenario espeluznante que Alfred Hitchkock creó para ambientar la película Psycho (“Psicosis”). Así, se justifica (otra vez) por qué hacer del cine una caja de herramientas.
Partamos por la película montada por Hitchkock. Como bien lo hace notar Žižek, en Psycho los eventos se desarrollan fundamentalmente en tres niveles: primer piso, planta baja, sótano. Estos espacios arquitectónicos representarían los tres niveles de la segunda tópica freudiana de la subjetividad: la planta baja es el yo (allí Norman Bates se comporta como el hijo normal), el primer piso es el superyo (allí la madre muerta representa la figura autoritaria del superyo), mientras que el lúgubre sótano es el ello (precisamente, el reservorio de las pulsiones polimorfas y perversas).
Una escena crucial de Psycho (que acontece en medio de la película), es cuando Norman traslada el cadáver de su madre desde el primer piso al sótano. Tal escena representaría la transposición subjetiva de la madre en tanto entidad psíquica, es decir, el traslape entre superyo y ello. Este hecho no demostraría otra cosa más que la tesis freudiana de la intrínseca conexión entre las instancias psíquicas superyo y ello. Por lo tanto, el superyo, más que una figura ética, es una entidad obscena que nos perturba con órdenes imposibles, y nos atormenta ante la imposibilidad de cumplir sus demandas: mientras más obedecemos, más culpable nos hace.
Veamos ahora los detalles de la escena montada por Fritzl. Josef es básicamente un niño que vive solo junto a su madre, una madre sádica e idealizada que lo golpeaba. Dicha situación contribuyó en la personalidad de Josef a la construcción de fantasías edípicas infantiles de erigirse como el hombre de la casa, fantasías que influyeron finalmente en el desarrollo patológico de la personalidad narcisista que desplegará el futuro tirano. Hay allí un complejo entramado de sentimientos incestuosos reprimidos que retornaron sintomáticamente (y cual “compulsión a la repetición”) en relación a su hija: “mis deseos de hacer algo prohibido era como una adicción”, decía Fritzl.
Elizabeth, aquella hija rebelde que no obedecía al padre, era al mismo tiempo la madre introyectada que quería partir a vivir fuera del hogar (una figura que representa tanto a la madre como a él mismo). Y es precisamente en ese momento cuando Fritzl decide encerrarla en ese verdadero bunker que era el sótano, y construir allí las condiciones necesarias para mantener una familia con la madre idealizada, tener aquel control sobre la madre sádica que no tuvo cuando niño. ¿Quería vengarse del objeto femenino? Probablemente. Pero lo cierto es que logró tener dos familias paralelas y hasta darle a Elizabeth -su localizado objeto de goce- siete hijos: “Yo me alegré por la descendencia”, declara Fritzl. Veía películas, comía y hasta celebraba cumpleaños junto a su familia del subsuelo.
La pregunta que ha estado dando vueltas entre los europeos es cómo una educación autoritaria con altos valores morales puede llevar a un individuo a tales grados de perversión. Por cierto, lo que hace excepcional al caso del “monstruo de Amstetten” no es el incesto, sino la rigurosidad y la constancia hasta en el más mínimo detalle. Lo extraordinario de este crimen solitario es la minuciosidad obsesiva del acto, la racionalidad de sus métodos, el elevado grado de discreción, la ausencia de actos fallidos. Fritzl era un criminal, pero correcto ante todo. Ni una vacilación, ausencia de sentimiento de culpa, casi como sin inconsciente. Pero el encierro finalmente termina por transformarse en un círculo vicioso, como el mismo Fritzl relata: “Me fui poniendo más viejo y sabía que no podía mantener por mucho tiempo a mi segunda familia”. Lo más probable es que el abogado alegue alienación mental. Pero la racionalidad, el completo dominio de sí en el crimen y la duración del mismo nos obliga a concluir que la irresponsabilidad aquí no cuenta.
Si bien en 1967 (en el momento del nacimiento de Elizabeth, su cuarto hijo) fue arrestado por una violación, Josef Fritzl llevó una existencia perfectamente casera, sin escándalos…pero desdoblada. Y allí reside lo arquetípico del caso: demuestra cómo lo propio de la subjetividad es estar escindida, cómo la estructura subjetiva es inherentemente polimorfa y perversa. Y allí reside también la notable similitud entre los dos montajes (el de Hitchkock y el de Fritzl). Y es que llevando a Elizabeth al sótano, Josef Fritzl realizó el mismo gesto que Norman Bates en Psycho. “Y tu mamá también”, podrían decirse el uno al otro. En efecto, en ambos escenarios presenciamos la misma estructura: Fritlz era un padre severo, el padre de la ley, admirado por resguardar el orden en su familia de arriba; y a la vez era un padre gozador, fuera de la ley, con su familia de abajo. Pero ante todo un padre que siempre aseguró la subsistencia de todos los suyos. Todo estaba en orden. Josef Fritzl era casi como el Padre freudiano de Tótem y Tabú.
Como lo sostiene el psicoanalista Jacques-Alain Miller, el de Amstetten es un gran crimen popular, un verdadero “hecho social total”: es un microcosmos de la sociedad, allí ella se ve reflejada completamente. Irónicamente, la sociedad austriaca (la tierra de Freud…y por estos días también la de la Eurocopa) nuevamente es caso de diván. Afloran los cuestionamientos en torno a los límites del respeto de la vida privada, el individualismo, la pérdida del sentido de comunidad, etc.
La tragedia del “monstruo de Amstetten” –que sigue y resignifica al caso Kampusch y los sótanos austriacos- viene a comprobar la tesis freudiana sobre el efecto de nachträglich: se necesitan dos hechos para desestabilizar nuestro orden simbólico y erigir un acontecimiento como trauma.
Moraleja: mantengamos la distancia entre nuestra madre y nuestro sótano (inconsciente). Quizá en estos momentos el rostro de Fritzl dibuje la misma mueca siniestra que marca el final de Psycho. Ominosa escenita.
Álvaro