martes, 11 de septiembre de 2007

Tenemos un cataclismo adentro

“- En fin, vamos a ver: tu vida, ¿es una unidad para vos?

- No, no creo. Son pedazos, cosas que me fueron pasando.”

Rayuela. Julio Cortázar

Ya desde hace algunas décadas, la psiquiatría ha comenzado a tener vergüenza de la clínica pura, de la simple observación, de la mirada: una avalancha de justificaciones antropológicas debe enmarcar el examen y el diagnóstico psiquiátrico”.

Los fundamentos de la clínica. Paul Bercherie


11 de Septiembre. Fecha de golpes. A mí me tocó uno de esos instantáneos, como de cataclismo. Por la mañana, Clínica Psiquiátrica de la Universidad. Sorpresa: mi primera entrevista diagnóstica a un paciente (me pilla así no más, de sopetón…no hay tiempo ni para equilibrar el aliento). El paciente entra, lo saludo, se sienta, me mira…y yo me lanzo a las palabras. Así no más.

Actualizo en mi propia carne el régimen de la mirada, esa metáfora que obsesiona a la práctica clínica, esa que transparenta la relación que la estructura y que Foucault nos enseña.

Entre palabra y silencio: preguntas, respuestas, asociaciones, resistencias, conflictos, señalamientos, defensas…¡mirada!. Al final algo hay que sacar en limpio (como si todo ese ajetreo no fuera más que ensuciar la asepsia de la mirada). Puntúo: Mecanismo predominante: escisión.

Como si estuviera partido. Escisión. Como si fuera dos personalidades en un cuerpo. Escisión. Como si dijera sí y no. Escisión. Información caótica, contradictoria, falta de integración de identidad. Escisión.

Me pregunto: ¿tragedia intrínseca a la subjetividad?, ¿acefalía de la pulsión?, ¿desgarradura del deseo?...¿es que acaso somos una unidad? ¿qué es eso de la unidad, la personalidad?

Pero esa unidad, la suma de los actos que define una vida, parecía negarse a toda manifestación antes de que la vida misma se acabara como un mate lavado, es decir que sólo los demás, los biógrafos, verían la unidad, y eso realmente no tenía la menor importancia para Oliveira. El problema estaba en aprehender su unidad sin ser un héroe, sin ser un santo, sin ser un criminal, sin ser un campeón de box, sin ser un prohombre, sin ser un pastor. Aprehender la unidad en plena pluralidad, que la unidad fuera como el vórtice de un torbellino…”

Como si la unidad fuera el vórtice de un cataclismo.

Llego a mi casa. Lo primero: tomo un libro de Freud. Releo La escisión del yo en el proceso defensivo, un escrito de 1937 que tiene una actualidad asombrosa, infartante. Es como si Freud hubiera estado hoy en esa entrevista, como si la hubiera descrito, como si hubiera querido hacerme un favor explicándome lo que allí sucedía. Se lo agradezco.

En sus tiempos de estudiante (…) había comprobado con (primero) sorpresa y (después) ironía, que montones de tipos se instalaban confortablemente en una supuesta unidad de la persona que no pasaba de una unidad lingüística y un prematuro esclerosamiento del carácter. Esas gentes se montaban un sistema de principios jamás refrendados entrañablemente, y que no eran más que una cesión a la palabra, a la noción verbal de fuerzas, repulsas y atracciones avasalladoramente desalojadas y sustituidas por su correlato verbal”. (Se lo agradezco también a Cortázar, por contar mis tiempos de estudiante).

Que Freud me salve de esos montones de tipos. En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo…amén.

Indicaciones del psiquiatra-profesor: mucha infancia no es necesario. (Aquí nada de Edipo). En estos casos, es preferible explorar el pasado sólo muy generalmente.

Me resuena (como cataclismo) un poema de Huidobro, uno que anoté en la contratapa del primer libro de Lacan que calló en mis manos –y que cierta vez, en un gesto de no se qué de la transferencia, le recité a mi antigua psicoanalista. Me resuena Tenemos un cataclismo adentro:

“Nada recuerdo pero el sentimiento vive

Llevo en la carne los tiempos infantiles

Y los antes de los antes con sus ruidos confusos

Las épocas de los grandes principios

Y de las formaciones en fantasmagorías imprevisibles”

El paciente, como todos, lleva en la carne los tiempos infantiles. No recuerda, pero el sentimiento vive, lleva consigo la época de las formaciones en fantasmagorías. Es imprevisible.

El primer mandamiento de una entrevista diagnóstica es: no descompensarás, no desestructurarás –mira que el fantasma pudiera deshacerse. Anote: mucha infancia no es necesario.

Y otra vez el profesor: no todo paciente es psicoanalizable. Y como dice la sabiduría popular: no por mucho teorizar amanece más temprano. En práctica clínica la cosa es más rupestre. Limítese a entrevista estructural: comience por pedir al paciente un resumen de sus razones para venir a tratamiento, sus expectativas y la naturaleza de sus síntomas predominantes. Luego clarifique, confronte (hasta donde la prudencia lo indique), interprete y analice la transferencia y la característica de las relaciones objetales. Anote: conflicto, defensas, síntomas, estructura de personalidad. Y punto.

Anote: el diagnosticador debe explorar el mundo del paciente, observar la conducta e interacciones, usar sus propias reacciones afectivas hacia el paciente para clarificar la relación objetal subyacente. Y punto.

¿Y qué tengo yo por decir? Mmmm…así no más. Sólo un psiquiatra tan honesto como Paul Bercherie podía reconocer que las aporías del enfoque clínico serán realmente superadas cuando los analistas se hayan liberado del psiquiatra que dormita todavía en ellos.

Freud (y Lacan) me enseñó a ver los fenómenos psicopatológicos desde el ángulo de su significación subjetiva; me enseñó a considerar la observación clínica centrada sobre la morfología externa de los fenómenos como formal, estéril, alienante. Me enseñó por sobre todo no a mirar, sino a estar atento a la escucha.

Termina el tiempo de entrevista. Miro al paciente y escucho (lo escucho):

Y yo aun tengo palabras retenidas

Tengo cosas dolientes y cosas que susurran

Extendiendo la mano en un gesto de despedida afable -terminable e interminable-, miro fijo sus ojos: su singularidad desgarrada parecía susurrarme palabras retenidas, cosas dolientes; parecía decirme: “¿sabe usted? tenemos un cataclismo adentro”.

Aprendí. Claro que ni de Freud, ni de Lacan, ni mucho menos de un profesor, sino de esa mirada de cataclismo que me golpeó en este 11 de Septiembre.

Violación del hombre por la palabra, soberbia venganza del verbo. Así no más.

Álvaro