domingo, 21 de septiembre de 2008

Grandes chilenos, o por qué no votamos por la historia

En el contexto de una polémica discusión en torno a la historia de Chile -poco antes vista en un programa de televisión-, Salvador Allende resultó finalmente elegido como el más grande de los chilenos (con un 38,8% de los votos, contra el 38,4% de Arturo Prat).

Los comentarios no tardaron en aparecer: la disputa por el primer lugar de un concurso televisivo terminó por demostrar la permanencia de la polarización en la sociedad chilena; la votación por el más grande de los chilenos (entre un grupo de diez personajes) terminó por elevar a dos figuras representativas de sectores de derecha e izquierda: Prat v/s Allende; el gobierno de la Unidad Popular encabezado por Allende llevó al país a la miseria, por lo que no merecería el título de gran chileno, etc., etc. Y a pesar de lo “democrático” que podrían ser los principios de la elección, muchos –ya sean intelectuales o ciudadanos silvestres- pegaron el grito en el cielo: ¿y qué hay con O’Higgins, el padre de la patria? ¿qué pasó con las grandes obras de Balmaceda? ¿cómo es posible que no se reconozca el legado institucional de Portales?

Sin embargo, la pregunta debería ser más elemental: ¿por qué elegir a los grandes chilenos? ¿Cuál es la función de los grandes personajes en la historia de las sociedades?

En una provocadora conferencia titulada ¿Qué es un autor?, Michel Foucault se hace una pregunta sencilla: “¿Qué importa quién habla?”. Y es cierto: ¿realmente importa quién habla? Aquella pregunta sería precisamente el principio ético de la escritura contemporánea, y señalaría el hecho de que el autor no es ni el propietario ni el responsable de sus textos, ni el productor ni el inventor. Dicho de otro modo, el autor no es el escritor real, tampoco el locutor ficticio: la “función-autor” se efectúa en la escisión que marca la partición y distancia entre ambas figuras. Lo que Foucault resume en la categoría de función-autor no sería más que un momento de individualización en la historia, el nombre como marca individual, un momento histórico definido y punto de encuentro de un cierto número de acontecimientos, y que precisamente permitiría explicar tanto la presencia de dichos acontecimientos como sus transformaciones. Por lo tanto, para Foucault, en la investigación histórica no se trata de dar cuenta de los grandes genios, sino que más bien del esfuerzo por pensar las condiciones de posibilidad de cualquier discurso o acontecimiento, del espacio en que se dispersa y del tiempo en que se despliega.

Ahora bien, aquello que aparece como la pregunta por las condiciones de funcionamiento de prácticas discursivas específicas, puede ser usado para interrogar las condiciones de funcionamiento de prácticas históricas. En la época en que “Dios ha muerto”, y en la que el autor no ha tenido mejor suerte ¿por qué insistir en los grandes personajes de la historia? ¿por qué la función-autor sigue operando en la historiografía? Si bien la historia social, a través del rescate de los movimientos sociales y populares, ha contribuido a desprestigiar esa función-autor que pesa tanto en la historiografía, todavía no ha logrado hacerla desaparecer por completo de las canteras de la historia.

El punto al que quiero llegar es que lamentablemente Grandes chilenos constituye un ejemplo de la función-autor en la historia. Participar de ese concurso (que, por cierto, tuvo una acogida numéricamente considerable) es contribuir a congelar la historia en los grandes personajes, como si todo el entramado de prácticas y condiciones sociales que hicieron emerger un determinado acontecimiento histórico se redujera al nombre individual. Grandes chilenos es parte de un movimiento de deshistorización, una producción ideológica en la medida en que el autor aparece como representación invertida de su función histórica efectiva, la versión instituida de acciones instituyentes.

Por cierto, la función-autor no se forma espontáneamente como la atribución de un discurso o proyecto a un individuo, como uno podría creer a partir de la elaboración de los documentales de Grandes chilenos, sino que es parte de una operación compleja vinculada a un determinado sistema jurídico e institucional que articula el universo de los discursos y que construye ese ente llamado autor. En otras palabras, Grandes chilenos es mucho más que una suerte de proyección psicologizante de ciertas propiedades demiúrgicas. En este sentido, llevar a cabo la deconstrucción de la función-autor permite desarrollar un análisis crítico de las modalidades de existencia de los discursos, sus modos de circulación, atribución, apropiación y el modo como se articulan en las relaciones sociales.

Paradójicamente, elegir a Salvador Allende como el gran chileno es el gesto reaccionario y conservador por excelencia, en la medida en que lo que constituye un patrimonio colectivo termina por reducirse al típico gesto del individualismo burgués, es decir, a la promoción de la propiedad privada del sentido histórico. De este modo, Allende termina por transformarse en un sujeto individual que expropia al sujeto colectivo de lo que le pertenece por derecho: ¿quién dijo que la historia es nuestra? ¿quién dijo que la historia la hacen los pueblos?

Pero, por otro lado, ¿qué importa quién habla? Entre los grandes personajes y sus gestas, yo voto por el roto de la esquina.

Álvaro