domingo, 4 de mayo de 2008

La biopolítica del día después


Las disciplinas del cuerpo y las regulaciones de la población constituyen los dos polos alrededor de los cuales se desarrolló la organización del poder sobre la vida. El establecimiento, durante la edad clásica, de esa gran tecnología de doble faz (...) caracteriza un poder cuya más alta función no es ya matar sino invadir la vida enteramente. (...) La vieja potencia de la muerte, en la cual se simbolizaba el poder soberano, se halla ahora cuidadosamente recubierta por la administración de los cuerpos y la gestión calculadora de la vida”.

Michel Foucault, Historia de la sexualidad

Nosotros no invocamos argumentos religiosos o filosóficos, sólo jurídicos. (...) la vida humana en Chile comienza con la concepción”.

Jorge Reyes

Hay hechos que sorprenden por su carácter de reveladores antropológicos. Hay hechos que vuelven manifiesto lo que hasta entonces permanecía como latente en la historia. Hay hechos que permiten vislumbrar lo que hay de estructurante en dicha historia, o lo que le subyace en tanto configuración ontológica particular. En pocas palabras: hay hechos que demuestran lo que hay de necesidad en su contingencia.

El abogado de derecha Jorge Reyes, quien por estos días se ha hecho famoso como patrocinador del recurso contra la píldora del día después, ha demostrado en los hechos la particularidad del momento histórico de nuestras sociedades en cuanto al modo en que se configuran las relaciones de poder en su interior. En efecto, los 36 diputados UDI y RN del Tribunal Constitucional no han hecho otra cosa que reafirmar la tesis foucaultiana sobre el devenir biopolítico de la Modernidad occidental.

Dicho de otro modo, detrás del problema de la distribución de la píldora, detrás del debate de si es efectivamente abortiva o no lo es, el tema de fondo es el espacio jurídico que se instala como marco regulador de la vida. Se trata, en suma, de los derechos ‘de’ y ‘sobre’ la vida humana. Y es en torno a los fundamentos de tal fenómeno que debe orientarse en última instancia toda discusión que se pretenda “ontológicamente” seria, por decirlo de un modo rimbombante (y petulantemente irónico).

Al final del primer volumen de su Historia de la Sexualidad, el filósofo francés Michel Foucault escribía que en los umbrales de la vida moderna, la vida natural empieza a ser inscrita progresivamente dentro de los mecanismos y los cálculos del poder estatal. La política, hasta entonces organizada en torno al poder soberano, y más tarde reconfigurada como poder disciplinario, se torna finalmente “biopolítica”.

Así, en la Modernidad la vida pasa a ocupar el centro de la política: la especie y el individuo (el cuerpo viviente) se convierten en el objeto de las estrategias políticas. Es el paso del Estado territorial al Estado de población, esto es, la vida biológica y la salud de la nación como problema específico del poder. De hecho, el desarrollo y la consolidación del capitalismo se vieron impulsados por el control biopolítico a través de la producción de los cuerpos dóciles que le eran necesarios.

En suma, si seguimos a Foucault, la “politización de la vida” constituye el acontecimiento decisivo de la Modernidad. En otras palabras: la politización de la vida es el carácter fundamental de la política moderna. El problema crucial, entonces, es dar cuenta de las técnicas políticas por medio de las cuales el Estado asume e integra el cuidado de la vida natural. Hecho nada menor: el “Leviatán” de Hobbes como cuerpo político de Occidente, lo que supone enfrentarse con el problema de los límites y de la estructura originaria del Estado.

Para el filósofo político italiano Giorgio Agamben, esta estructura biopolítica de la Modernidad explicaría la relación de contigüidad entre democracia y totalitarismo: la instalación de la vida biológica como hecho políticamente decisivo, permite comprender la rapidez con que en el siglo XX las democracias parlamentarias han podido transformarse en Estado totalitarios, y viceversa. Finalmente, lo que estaba en juego era determinar qué forma de organización resultaría más eficaz para asegurar la administración de la vida. Como lo sostiene el mismo Agamben: “Únicamente en un horizonte bio-político se podrá decidir, en rigor, si las categorías sobre las que se ha fundado la política moderna (derecha/izquierda; privado/público; absolutismo/democracia, etc.), y que se han ido difuminando progresivamente, hasta entrar en la actualidad en una auténtica zona de indiferenciación, habrán de ser abandonados definitivamente o tendrán la ocasión de volver a encontrar el significado que habían perdido precisamente en aquel horizonte”.

Por cierto, si bien la discusión entre la Concertación y la Alianza -e incluso al interior de ambas colectividades- resulta de posiciones (en apariencia) antagónicamente irreconciliables, sin embargo, dichas posiciones pueden ser reconducidas a una plataforma política común: la biopolítica. En ambos bandos políticos los argumentos emergen desde una matriz biopolítica común al tener como referente el espacio jurídico sobre el cual se inscribe (y politiza) la vida, con lo cual, tal como lo adelanta Agamben, las distinciones políticas tradicionales entre derecha/izquierda, liberalismo/totalitarismo, privado/público, pierden su claridad y entran en una zona de indiferenciación.

Si hay algo de revelador antropológico (y ontológico) en los argumentos de Jorge Reyes, en el fallo del Tribunal Constitucional, en la irritación quejumbrosa de la ministra de salud, en las marchas de miles de mujeres con pancartas pro y en contra de la píldora, en las respetables exigencias de la liberación de las vaginas… es el hecho de que han develado frente a nuestras narices, y en la proyección pública de nuestras camas, el espacio político de la Modernidad: la vida como objeto central del conflicto político.

Si con alguien me tuviera que quedar –que me perdonen las histéricas feministas y sus vaginas- sería con aquel tipo brillante que escribió a la salida del metro un graffiti con la más sabia de las sentencias que me ha tocado ver entre tanta manifestación pública: “Tribunal constitucional: ¡chúpalo el día después!”.

Álvaro

2 comentarios:

NTOMF dijo...

Es algo tan obvio como potente: "la vida como objeto central del conflicto político". No obstante, es digno hacer dos apreciaciones (o, más bien, énfasis críticos): uno es la administración de los cuerpos; otro es la negación del aspecto político de un juego que evidentemente lo tiene. La primera crítica es para los decididos; la segunda para los decidores.

Lo primero refiere al hecho de que, más allá del descontento de la población, se explicita un control que está introyectado. Resulta ser de esos casos que "explicita la norma", que habla de una generalización de la invisibilización del control. Se prohibe acceder a un producto, lo cual atenta contra todas las concepciones de "libertades públicas y privadas" a la cual apelan los críticos de la decisión, pero ellos mismos desconocen que existe una prohibición más profunda: la de escoger efectivamente qué vida queremos vivir, no sólo en términos de sexualidad, sino de prácticas cotidianas en general.

Por su parte, lo segundo refiere a que, quienes toman la decisión, al decir que es una decisión eminentemente "legal", se desconoce evidentemente lo ético, filosófico y, en última instancia, político que hay en ella, reservándolo a consideraciones "jurídicas". Esto es más evidente. Y no habría una crítica que añadir a aquello. Este caso cae como anillo al dedo para una crítica tradicional de la ideología.

Ya no sigo porque el tiempo apremia. Un abrazo y siempre es un gusto pasar por tu blog Álvaro. Abrazos!

...el de los naufragios anónimos dijo...

"Una de las características esenciales de la biopolítica moderna (que llegará en nuestro siglo a la exasperación) es su necesidad de volver a definir en cada momento el umbral que articula y separa lo que está dentro y lo que está fuera de la vida". (Giorgio Agamben)