domingo, 13 de diciembre de 2009

La libertad de elegir la elección



Acabo de escuchar las palabras de la Bachelet después de las elecciones. Y –era obvio- sobraron las típicas frases de siempre: debemos celebrar nuestra “cultura democrática”, nuestro “espíritu cívico”, la “madurez de nuestra democracia”, blablabla.

Frente al resultado de las elecciones, uno se ve tentado a adoptar la tesis que circula por estos días: el fracaso de la Concertación se debe a que no supo leer los cambios que ella misma produjo a partir de su proyecto modernizador: su propio éxito como proyecto histórico es lo que explica su fracaso. Seguir el argumento de esa tesis es interesante, pero fome.

Yo creo que el punto crucial reside en otra parte, pero su formulación como problema no va a aparecer en la tele. Y por una sencilla razón: hoy en día sostener ese problema resulta inverosímil, plantearlo es derechamente estúpido. ¿Cuál es ese problema? El problema es que desde que América Latina existe como región -es decir, como hibridez anclada al territorio-, nunca ha tenido la verdadera opción de elegir. Los términos de la elección siempre han estado ya (sobre)determinados por las élites. Se propone una falsa elección entre alternativas, un semblante de deliberación ciudadana donde finalmente no se trata más que de ratificar un resultado previsto. Desde sus orígenes, las elecciones se instalan y legitiman a partir de la polaridad entre modernidad o barbarie, entre supuesta administración (pos)política o politiquería bananera. Nada más que falsas dicotomías.

Después de la crisis de ese viejo sueño latinoamericano representado por el Estado de bienestar (que hoy algunos parecen querer resucitar a medias), la alternativa pareciera ser: o nos integramos -o acomodamos- al nuevo orden global posindustrial (asumiendo sus parámetros hegemónicos) o caemos a la deriva más allá de las ventajas de la modernidad, en las antípodas del desarrollo. ¿Qué implica una elección así? ¡Pero obvio, compadre, eso se llama chantaje! O digámoslo de otro modo: demuestra que nos están cagando….y hace rato. Toda posible alternativa que intente articular, traducir y canalizar los descontentos frente al modelo de desarrollo actual en una visión política es acusada de incoherencia o condenada de populista por parte de las élites económicas, políticas o mediáticas (que en Chile –y Piñera es la más pura encarnación de ello- siempre son las mismas personas). En fin, al chileno medio que plantee cierta alternativa se lo trata de inmaduro o derechamente de retrasado, alguien que aún no ha aprendido de la palabra del economista experto.

Está claro: las elecciones no se dan entre opciones políticas antagónicas; la verdadera elección de elegir aún no existe en Chile. Extremando el asunto, las cosas podrían plantearse así: ¿queremos vivir en un mundo en que la única elección pareciera ser entre la decadente civilización norteamericana y la China autoritaria y su capitalismo desatado? ¿Y es que acaso el “tercer mundo” no puede generar alternativas ante la ideología hegemónica mundial? Nuestra elección debiera ser entonces: ni lo uno ni lo otro. No debemos permitir que el anonimato tecnócrata y su reciente camuflaje liberal-multicultural nos impida pensar.

¿Dónde reside el meollo del asunto? El problema es la democracia. Sí, por estos días ando así de talibán. La democracia funciona como el espacio de una alternativa virtual: la perspectiva de cambio en el poder, la incipiente posibilidad de ese cambio; aquella promesa nos hace soportar las relaciones de poder existentes, y es más, se nos hacen tolerables debido a la imagen de una falsa apertura. La democracia es puro legalismo formal que garantiza que los antagonismos sociales sean absorbidos en la falsa estabilidad de los consensos. Una alternativa que intentó romper dichas coordenadas políticas fue lo que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe llamaron “democracia radical”, un proyecto que consiste en la pluralización de las luchas sociales ancladas en las nuevas estructuras del capitalismo contemporáneo (“posmarxismo” se lo llamó). La apuesta era demostrar que la democracia es el nombre de una forma política que vuelve explícita la contingencia de sus fundamentos. Sin embargo, ese proyecto –que nunca dejó de ser meramente teórico- pasó piola, nadie lo pescó seriamente. Y era obvio, si llegar a entenderlo es una joda.

Hace 20 años, inmediatamente después de la caída del muro de Berlín, el supuesto colapso de las utopías fue seguido por el predominio de la última gran utopía: la democracia capitalista liberal (global) como el “fin de la historia”. A partir de entonces, la hegemonía democrática es la hegemonía de la desmentida: “yo se bien que la estructura social está como la callampa, pero aún así voto por el orden democrático”. A eso el viejo Marx lo llamaba simplemente “ideología”. Y punto.

La nueva izquierda de los 90’ (hace un tiempo se la llamaba “tercera vía”) ha terminado por hacer el trabajo de los liberales conservadores en economía. Pareciera que hoy la única manera de ser capitalista es camuflándose en la mascarada socialdemócrata. Ellos quisieron mostrarnos un capitalismo globalizado con rostro humano. De hecho, no otra cosa ha sido la Concertación.

Seguimos concibiendo la política como el arte de lo posible. Pero cuando ya no es posible seguir dentro de los parámetros de lo posible, necesitamos de un gesto utópico que cambie las coordenadas. Lo imposible es sólo imposible dentro de las coordenadas del orden socio-simbólico existente: sólo un gesto imposible puede cambiar lo que es estratégicamente posible dentro de una constelación histórica.

Claro, la lucha democrática no debe ser fetichizada, decía la antigua izquierda. Pero ahora somos demasiado pajeros –perdón, demasiado civilizados- para aventurarnos a otros caminos. Ahora parece que estamos resignados frente a las formas contemporáneas de la política: la despolitizada administración pragmática de los insípidos tecnócratas o el populismo patético y teatral de Hugo Chávez. Ninguna de esas formas cuestiona realmente la democracia liberal.

Es urgente el acontecimiento que produzca un excedente extrasistémico, horizontes de sentido que desborden cualquier institucionalización. ¿Acaso que Chile sea uno de los países más desiguales del mundo no es motivo suficiente para que nos creamos el cuento? El problema es que Chile es un país extremadamente conservador…y pajero (finalmente ME-O tenía razón: "los héroes están fatigados"). El otro día me tocó entrevistar a una vieja cuica que me decía que estaba de acuerdo con la detención por sospecha, y yo pensé “ah, vieja culiá”, pero después me enteré que la mayoría de la población piensa lo mismo (o sea que Chile entero es un país culiao). En el día en que esa vieja (es decir, todos los chilenos) celebran la “fiesta de la democracia”, yo simplemente digo: señor ciudadano, ¡váyase a la mierda!


P.D.: Porsiaca -y para evitar mal entendidos- declaro que voté. Sí, por Jorge Arrate y Guillermo Teillier, diputado que aquí en San Miguel salió electo…y lo celebro, pero no dejo de tener una sensación amarga en este día. Y sin embargo, pienso positivo: por suerte aquí no salió una mina tan hueca como Marcela Sabat.

viernes, 17 de julio de 2009

Escenas del amor crucificado




Lobo de mar anclado en la ciudad, cansado de olvidar una mujer en cada puerto”…

Fito Páez y Joaquín Sabina. Deliriums Tremens

Aquí, junto a la resaca que es mi fiel purgatorio, confesiones de una máscara en su historia del ojo cegado. Montaje en cuatro escenas. Historia de cuatro personajes.

La lógica del encuentro del hombre con las mujeres. Desastrosa. Sigue un curso de retorno incesante, devastador. Primero, seducción: juego de fascinación por la mujer y luego, enamoramiento ante la captura idealizada del otro. Segundo, desprecio: degradación del objeto de amor, coerción ante la exigencia de lo imposible, y después angustia frente al uso del fantasma del otro. Tercero, arrepentimiento: aparece la culpa y la búsqueda de redención a través de una entrega febril. Finalmente, humillación: ante el rechazo del arrepentimiento, el hombre se ofrece como un ser miserable, rogando perdón, produciendo lástima. Todo ese ciclo es el naufragio del hombre. Todo eso junto son mis cuatro personajes: Don Giovanni, Casanova, Oliveira, Ulises. Sin ellos, ya no habría ecce homo.

Si el montaje asume la palabra, es porque el lenguaje me alcanza como piel: froto mi lenguaje contra el otro. Y allí el otro hace temblar de deseo mis palabras. Me es imposible hablar de Ella o sobre Ella, puesto que todo atributo es falso: Ella es inclasificable. Por eso las cuatro escenas obedecen a una relación sin topos, sin lugar, sin discurso. Y sin embargo...

Escena I: el puerto de Don Giovanni

“In Italia seicento e quaranta,

in Lamagna duecento e trantuna,

cento in Francia, in Turchia novantuna,

ma in Ispagna son già mille e tre...mille e tre”

1. “Mille e tre”. Así el canto en la escena que muestra el recuento que Leporello hace de las conquistas de Don Giovanni; así el modo en que el sirviente de Don Juan quiere consolar a la atractiva Doña Elvira. Quien haya visto tal escena en la ópera de Mozart, reconocerá en ella la esencia del conflicto donjuanesco. Toda la historia gira en torno a tal escena y la consuma con sus movimientos: cuando Leporello hace reproches a su señor por la vida lujuriosa que lleva, Don Giovanni no entiende por qué debería abandonar su incesante búsqueda de las mujeres; cuando Leporello quiere saber por qué su señor traiciona a todas las mujeres, el seductor no puede responder otra cosa: "ser fiel a una significa traicionar a las otras". Si el "mille e tre" toca el corazón del acto es porque revela que las mujeres sólo pueden ser poseídas una-a-una, una-por-una. Sí, “mille e tre” es el anverso del Uno de la fusión universal. No, “mille e tre” no puede ser el destino ebrio de nuestros cuerpos.

2. Conozco dos modos bastante miserables de interpretar el “mille e tre” donjuanesco. El modo más patético corresponde al típico argumento cristiano y es de un marica llamado Kierkegaard: se deben abandonar todas las distinciones para poder amar al prójimo. Allí donde la amistad y el amor erótico están determinados por su objeto, el verdadero amor al otro está determinado por el amor y por nada más que el amor. El amor genuino es sin cualquiera de las cualidades contingentes que hacen la diferencia en el objeto. El amor no se motiva por un objeto determinado, sino por la mera forma del amor. En definitiva, se trata del amor como causa de sí mismo: el amor perfecto es el eclipse que nos hace completamente indiferentes hacia el objeto amado. Anulo al objeto amado bajo el peso del amor mismo: por una perversión típicamente amorosa lo que amo es el amor y no el objeto.

3. Si es así, entonces Don Giovanni es el amante verdadero, el único que cumple con la condición del amor auténtico. La serie de conquistas de Don Juan comparte esa indiferencia hacia el objeto. Recuérdese la larga lista de conquistas que registra Leporello: flacas, gordas, bellas, feas, grandes, chicas, nobles, pobres, burguesas, baronesas. Para Don Juan, la calidad del objeto seducido no importa. Si Don Juan es el seductor por excelencia, si sus conquistas son puras, es porque no son contaminadas por las características contingentes del objeto. Es la bella indiferencia frente a la belleza imperfecta que duerme adentro de la carne. Pero si la condición del amor es la indiferencia hacia el objeto, entonces el otro que se ama no puede ser más que un otro de suspiro cadavérico, un otro muerto. Y entonces el de Kierkegaard no es más que un cobarde intento de escapar a la violencia del amor. Un gesto con olor a suicidio. Un asco.

4. Amar al otro no es sin arriesgarse. Amar no es sin catástrofe. El amor verdadero nunca es una relación simétrica entre dos seres, puesto que la pasión de cataclismo que supone hiere necesariamente al objeto, no puede dejarlo intacto. Por ello, la indiferencia que pertenece al amor auténtico no es la indiferencia hacia la contingencia del objeto, sino la indiferencia hacia las propiedades del objeto amado. Por ejemplo, decir “te amo porque…(tienes lindos ojos, un bonito culo, blablablá)” es siempre falso. Al igual que con la creencia religiosa, no te amo porque encuentre atractivo tu par de tetas, sino que encuentro tus tetas atractivas porque amo y mantengo una mirada de amante: te hago entrar en mi fantasma. Encuentro en mi vida cientos de cuerpos, todos los días caminan frente a mí; de esos centenares puedo desear muchos; pero, de esos muchos, no amo sino uno: el tuyo. La geografía del cuerpo del otro del que estoy enamorado designa la especificidad cartográfica de mi deseo. Todos los rasgos encarnados que amo en ti son representantes del vacío misterioso que realmente amo. Y si cada uno de esos rasgos fueran borrados, te seguiría amando. A pesar de mí y de ti.

5. El otro modo de interpretar el “mille e tre” es definitivamente una mierda, pero tiene la ventaja de alejarse de las mariconadas, aunque me desespera con el umbral que abre entre las piernas del ser. La apuesta de Lacan es que Don Juan es un mito esencialmente femenino. Si el “mille e tre” es posible, es porque la mujer, en su condición accidentada de ser sexuado, es “no-toda”. Mujer, delirante acantilado, catedral desconocida: Don Giovanni está en una incesante búsqueda inconsciente de "LA MUJER", repitiendo una y otra vez una impostura masculina que hace de él mismo un objeto que circula en la larga lista de mujeres que conquista. Si el “mille e tre” denota la condena originaria de Don Giovanni, es porque, al confrontarlo con el “una por una” femenino, hace de la recuperación del goce sexual una operación imposible de contabilizar. Doña Ana sabe que su valor depende de no perder su privilegio de ser la mujer de excepción, sabe que no hay que estar incluida en la lista de Leporello. Las mujeres saben cómo procede el hombre para encontrarlas, aunque siempre terminan cediendo a la fantasía de redimir el pecado original del hombre. ¿Por qué? No sé. A fin de cuentas, Doña Elvira era tan puta como Don Giovanni, más puta que la virginal Belladona, sublime pornostar de nuestros días.

6. ¿Y si salimos de la ternura santurrona del amor y entramos al juego perverso de la seducción? Seducir es una maldición. Infinita mala raja. No por casualidad Baudrillard hablaba de la seducción como crimen originario. Y es que la seducción es del orden del artificio; trabajo del cuerpo a través de lo ritual (como el ronroneo del gato, juego libidinal de indiferencia con los otros, puro goce masturbatorio que todos envidiamos). Allí reside el secreto de Don Giovanni. Y allí reside también el carácter subversivo de la seducción, en esa irreconciliación con el otro, en la afirmación de la extrañeza de lo otro. La seducción tiende siempre a descentrar respecto a la identidad: es la insistencia de la alteridad radical. Seducción viene de se-ducere: llevar aparte, desviar de su vía, desplazar; producir viene de pro-ducere: poner las cosas en la obscenidad de la mirada. La seducción no es producción. La seducción saca las cosas del orden de lo visible. Es mantener latente el secreto. La seducción pone en juego al deseo de manera femenina. Si lo femenino seduce, es porque siempre está en otra parte, nunca está donde se piensa. Nunca sabemos en realidad lo que quiere decir una mujer (dice “No” cuando quiere decir “Sí”). La mujer es mascarada, travestismo: todo es maquillaje, teatro…seducción. Simulacro. Por eso hay un miedo a ser seducido. No nos engañemos, para seducir es preciso haber sido antes seducido. En ese juego de uno con el otro se quiebra la lógica del sujeto/objeto. Es un remolino del que no se sale ileso. En su Diario de un seductor, Kierkegaard, en un intento de justificarse frente a la pobre Cordelia, su amada imposible, realiza un ejercicio desesperado. Pero no es Cordelia quien merece nuestra compasión, sino ese pequeño hombre miserable que escribe su diario y recibe como respuesta: “Sí, soy tuya, tuya, tuya: soy tu maldición”. Otra vez: seducir es una maldición. Siempre lo supo Don Giovanni. Y ahora, después de una temporada en el infierno, lo sé yo.

7. El discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Tal era el diagnóstico de ese concheta de los discursos que se conoce como Barthes. Pero no. Toda la violencia del amor se pierde al analizar ese discurso como si estuviese disecado. Sólo otro hijo de puta puede reducir lo amoroso a un simple objeto sintomático. Hay que enfrentar lo que el amor tiene de intratable. Ese es el mérito de Don Giovanni: llevar el amor a ese extremo donde se devela su secreto, allí donde se deshace en pura seducción. Al sustraer al amor de su sentido, la seducción nos hace intratables.

8. Silencio.

Ulises, el crucificado

P.D.: Ella dijo: Porque necesito conquistar al amor de mi vida invitándolo a ese concierto y no tengo plata para comprarlas. Hay dos canciones que son claves en nuestra historia. Y él escuchó: más allá del bien y del mal, tú y yo tal para cual, sueltos en el jardín riendo para no llorar


lunes, 9 de marzo de 2009

Desigualdad y Poder: estructura, reproducción y subjetivaciones


Con el propósito de estimular la publicación de artículos realizados por estudiantes y académicos de las distintas disciplinas de las ciencias sociales, Némesis (revista de los estudiantes de ciencias sociales de la Universidad de Chile) convoca a participar del séptimo número de la revista. Las diversas secciones contemplan colaboraciones en distintas modalidades: artículos para el debate central, artículos metodológicos, ensayos de teoría social, así como notas o reseñas bibliográficas. En este séptimo número el debate central se encuentra articulado en torno a la temática de la desigualdad y el poder, sus incidencias en la composición de la estructura social, formas de reproducción y mecanismos de subjetivación en el Chile actual. Los artículos pueden versar sobre cualquiera de los ejes temáticos propuestos, con la sola exigencia de responder a las formalidades prescritas y los criterios de calidad contemplados en toda publicación académica. El plazo final de recepción de artículos es el 31 de Mayo del 2009. Los textos deberán ser enviados por correo electrónico a revista.nemesis@yahoo.es ; nemesis@uchile.cl.

Aquí les dejo parte de la convocatoria. Para mayor información ver www. revistanemesis.blogspot.com.


Debate central


América Latina es la región más desigual del mundo en términos de distribución de la riqueza, y Chile es una de las sociedades más desiguales dentro de esta región ominosa.[1] En términos generales, si bien la situación económica personal es mejor que la de la generación anterior y crecen las expectativas de consumo en toda la población, la desigualdad ha ido en aumento en las últimas tres décadas.
Desde el discurso oficial en Chile, el principal problema de la economía estaba asociado a los desequilibrios macroeconómicos y la inflación. Parecía que dichos problemas estaban controlados, lo cual se ofrecía como condición de posibilidad para instituir un debate en torno a temas distributivos. Con la reciente emergencia de una crisis económica mundial, pareciera que tal debate quedará rezagado. Sin embargo, al interior de este panorama general se reafirma la necesidad de plantear el problema redistributivo en todas sus dimensiones.
La consigna que resume el sentido histórico que el gobierno actual quiere proyectar es consolidar una plataforma que permita instalar un sistema de protección social. En ese esfuerzo aparece como problema central la equidad y sus diversas dimensiones: inclusión, igualdad de oportunidades, movilidad social, vulnerabilidad, etc. En tal sentido, se reconoce que la desigualdad es un riesgo para la democracia, por cuanto está asociada a una fragmentación social que se liga a una erosión del sentido de comunidad. De hecho, en la medida en que la desigualdad tiende a dificultar la movilidad social, se generan tensiones y aumenta el grado de conflictividad social.
En este contexto, el informe de la Comisión Meller (Consejo Asesor Trabajo y Equidad) del 2008 demuestra lo alarmante que resultan nuestros niveles de desigualdad. Dicho informe parte por reconocer que el crecimiento económico ha sido muy importante para reducir la pobreza y la indigencia, al mismo tiempo que ha permitido el aumento del nivel de consumo de la población, así como el incrementado de la cobertura en educación, salud y vivienda. Sin embargo, como concluye el informe, un alto ritmo de crecimiento es condición necesaria pero no suficiente para resolver los problemas sociales. En este sentido, se sanciona abiertamente que si bien el mercado es un mecanismo muy eficiente para la asignación de recursos y la generación de empleo, no resuelve el problema de la equidad, por cuanto su funcionamiento libre no es capaz de solucionar el problema a partir de mínimas correcciones sistémicas. La desigualdad es más bien una de las consecuencias del mercado, el cual a su vez contribuye a preservar la distribución regresiva inicial. Por ello el rol de la política social radicaría en ayudar a los grupos que tienen un menor nivel de ingresos, tratando de reducir en parte las diferencias resultantes de la acción del mercado. Mediante un llamado al fortalecimiento del espacio público, la deliberación ciudadana y la negociación colectiva, el informe erige la distribución de la riqueza, los mayores niveles de igualdad, como condición del crecimiento.
Es en esta dirección que se debe contribuir a superar el vacío slogan concertacionista de “crecimiento con equidad”, el cual somete la integración social al crecimiento. Por cierto, el sistema de protección social y su énfasis en el bienestar no significa necesariamente un cambio respecto a la matriz ideológica neoliberal que se instala en Chile desde la dictadura, a partir de la cual se supedita la equidad y el desarrollo al crecimiento: es decir, la equidad como resultado (por “chorreo”) y no como condición de posibilidad. A partir de los nuevos énfasis discursivos, es posible distinguir que estamos frente al problema de cómo promover la responsabilidad social, partiendo de la base de que las políticas económicas y sociales tienen un efecto directo sobre el bienestar humano. Sin embargo, el punto crucial radica en que la noción misma de bienestar, por cuanto es intrínsecamente una noción político-ideológica, debe ser cuestionada y redefinida. La desigualdad es un fenómeno estructural, es decir, no puede explicarse (ni legitimarse) en términos de responsabilidad individual: su origen está en las estructuras socioeconómicas y culturales de la sociedad. En síntesis, se debe hacer hincapié en que se trata de problemas estructurales que no serán solucionados con políticas públicas parciales.

Pareciera que la reflexión en torno a la desigualdad ha quedado restringida al ámbito de interés de las tecnocracias, reafirmando la creciente desaparición de los intelectuales críticos. Es por ello que hemos planteado a la desigualdad y no a la equidad como problema. La equidad se reduce a la igualdad de oportunidades para la satisfacción de necesidades básicas (acceso a un mínimo de subsistencia) o aspiracionales; esto exige del Estado un marco de políticas generales que aseguren una plataforma común para todos, así como políticas correctivas del mercado en caso de no existir tal plataforma. La igualdad, en cambio, apunta a que exista una menor distancia entre categorías sociales, tanto respecto del poder como la riqueza, y para ello supone del Estado una acción redistributiva, y no sólo correctiva, del mercado. Pero, aún más, la igualdad implica reconocer a los actores sociales que se involucran en los cambios de la sociedad. No se debe confundir igualdad con equidad, como lo ha venido haciendo un cierto discurso que enfatiza ya sea el acceso de todos a las oportunidades, ya sea la reducción de la pobreza, pero no se preocupa de la distancia entre ricos y pobres o entre débiles y poderosos. La política social no puede reducirse a la disminución de la pobreza. Dicho de otro modo, a las políticas de equidad hay que agregarle un componente simbólico y efectivo de tipo redistributivo que cubra tanto las igualdades económicas como las educacionales y las ciudadanas que se expresan en la capacidad de acción al interior de la matriz de relaciones de poder en una sociedad.
Una cosa es clara: la brecha entre ricos y pobres aumentó en los últimos 30 años. Lo que no aparece tan claro es si esta disparidad tiene su origen en la economía o en el sistema político. Si bien los argumentos aparecen defendiendo posturas disímiles, sigue vigente la pregunta: ¿la solución a la desigualdad pasa por un cambio en el sistema económico o por cambios en el sistema político? En respuesta asumimos el hecho de que la desigualdad es reflejo de la distribución del poder. Dicho de otro modo, la estructura social y política de un país remite al modo en que se articulan los procesos sociales en términos hegemónicos e ideológicos: la desigualdad no está inscrita en un orden natural, es más bien un producto social anclado a ciertas estructuras de poder que se reproducen. Al asumir la perspectiva de las relaciones de poder buscamos subrayar el estatus conflictivo de la tensión que persiste entre subjetividad y racionalización como ‘ethos’ de la modernidad, al mismo tiempo de relevar sus efectos en términos de subjetivación en el campo social y cultural (a nivel de actores, movimientos, sujetos de discurso, clases, etc.). Así, pensar la desigualdad y la composición social que la produce en términos de relaciones de poder permite entender la despolitización del sujeto y su reclusión en el individualismo como consecuencia de las nuevas formas de subjetivación. En efecto, las reformas estructurales aplicadas en América Latina durante los ochenta no sólo implicaron cambios a nivel de las bases del sistema productivo y en la relación de los países con la economía mundial, sino que también produjeron nuevas configuraciones a nivel de las prácticas políticas, las subjetividades y la cultura. La desigualdad, como secuela de dichas reformas, no sólo ha provocado efectos en la condición material de los sujetos, sino también en los modos de pensar y construir imaginarios.

Todo esto obliga a pensar la desigualdad en términos de causas, dimensiones, consecuencias y responsabilidades que inciden en la redistribución del poder, la riqueza y la capacidad de acción. En suma, obliga a ir más allá de los diagnósticos socioeconómicos y sus indicadores. Hacer de la igualdad un objetivo posibilita que el lazo social asuma un significado dotado de sentido en nuestro imaginario colectivo, así como conciliar el individualismo creciente (producto de la expansión del consumo) con un sentido de comunidad y cohesión social. Para ello se requiere pensar un modelo de sociedad más allá de la atomización de las acciones dentro del mercado, recuperar y fortalecer la capacidad deliberativa de un sistema político sujetado al economicismo y la tecnocracia (es decir, hacer de la política algo más que un mero problema de gestión). Por último, hacer de la igualdad un horizonte permite avanzar desde una relativa democratización política hacia una verdadera democratización social, promocionando el empoderamiento de la sociedad civil.


Líneas temáticas


A) Desigualdad, poder y estructura social
(estilo de desarrollo; trabajo, estratificación y clases; globalización)

Superar la forma de organización social que agudiza la brecha entre integrados y excluidos para promover la igualdad supone repensar los estilos de desarrollo. El descentramiento que implica la tercera revolución industrial agudiza la heterogeneidad estructural, segmentando a la población en niveles desiguales de productividad, acceso a mercados, incorporación de tecnología y bienestar. La globalización no condujo a la síntesis entre integración material (vía redistribución de los beneficios del crecimiento) e integración simbólica (por vía de la política, los medios de comunicación y la educación) que prometía.
En este contexto, la reorganización del trabajo abre nuevas vulnerabilidades y pone la precariedad como contrapartida. En el nuevo paradigma productivo la relación entre crecimiento económico y empleo ya no es clara. Esta disociación debilita la capacidad negociadora de la fuerza de trabajo, y así se plantean nuevos problemas al Estado, por cuanto éste debe enfrentar demandas crecientes de la masa de desocupados "estructurales". La flexibilización laboral se presenta como única alternativa para paliar el desempleo, pero no es una solución inocente, pues implica baja protección laboral y más precariedad.
Hasta hace un tiempo las ciencias sociales se abocaron básicamente al tema de la pobreza, dejando de lado el estudio sobre la desigualdad en términos de clases que había imperado durante años anteriores. Si bien han comenzado a reaparecer estudios centrados en describir las diferentes posiciones que se dan en la estructura social producto de una desigual distribución de activos, se trata más de estudios de estratificación que de estudios de clases.

B) Desigualdad, poder y reproducción social (percepciones culturales de la desigualdad y el poder; educación y nuevas tecnologías; ciudadanía y élites; territorio, comunidad y descentralización; Estado, instituciones y políticas públicas; hegemonía, ideología e industria cultural).

La desigualdad se ha instalado históricamente con tal fuerza, que no sólo ha afectado la condición material de los sujetos sino también sus formas de pensar y ver el mundo. A partir de las reformas estructurales de los ochenta, paralelamente al avance de un sistema basado en la primacía del mercado, se establecieron a nivel simbólico formas para legitimar las consecuencias “no deseadas” de la imposición de dicho sistema. La ideología de mercado y del consumo homogeneizador promueven que los sujetos conciban la desigualdad como simple aprovechamiento o desaprovechamiento individual de las oportunidades ofrecidas. En este contexto, la educación aparece como principal herramienta para superar las desigualdades, en la medida en que incidiría en el nivel de ingresos, la conectividad, el acceso a instancias de poder, la participación ciudadana, la cohesión social, etc. Sin embargo, el énfasis en la eficiencia y la modernización de la gestión ha descuidado el problema de la igualdad social en educación.
Por cierto, existen desigualdades que no son estrictamente económicas. Se trata de desigualdades principalmente ciudadanas o cívicas ligadas al origen social y que se reflejan en desigualdades ante la ley y la justicia, en la existencia de influencia o “pitutos” anclados a poderes que se derivan de situaciones heredadas. Por otro lado, en algunos lugares de la sociedad y territorios, tanto urbanos como rurales, la condición de pobreza y marginación se encuentran particularmente generalizadas. En esos espacios se producen diferencias de poder y capacidad de influir en las grandes decisiones nacionales que obligan a reclamar la urgencia de políticas sociales de descentralización y empoderamiento de las comunidades. Asimismo, en el campo de la cultura existen profundas asimetrías de poder para imponer visiones de mundo en la circulación mediática. De este modo, las asimetrías materiales se conjugan con asimetrías simbólicas.

C) Desigualdad, poder y subjetivaciones (juventud y género; minorías étnicas e inmigrantes; acción colectiva y nuevas subjetividades).


El desempleo entre los jóvenes y las mujeres es muy alto. Al mismo tiempo en que se reconoce la necesidad de impulsar políticas que incentiven la plena incorporación de las mujeres al mercado laboral, se evidencia la necesidad de incorporar a los jóvenes a los espacios deliberativos de la sociedad y ciudadanía política. La juventud tiene más acceso a educación, pero menos acceso a empleo; los jóvenes cuentan con más acceso a información y redes, pero tienen menos acceso al poder.
Por otro lado, existen desigualdades que provienen del origen social (estatus) o étnico, de las orientaciones culturales, la procedencia regional o la pertenencia a grupos. En América Latina existe una tensión permanente entre políticas de reconocimiento cultural y políticas de igualdad social. De ahí que se deba compatibilizar el descentramiento cultural con la racionalidad colectiva que apunte a resolver necesidades básicas y distribuir oportunidades de desarrollo. En otras palabras, se requieren políticas que resuelvan la dicotomía entre igualdad y diferencia vinculando los modos de producción con la exclusión estructural y los modos de vida.
La desestructuración de las relaciones y del tejido social que la desigualdad trae consigo, al mismo tiempo que afecta la acción del Estado, deja a los sujetos con una sensación de desprotección que los obliga a reconfigurar sus individualidades. En el contexto de exclusión se crean identidades grupales en los márgenes como estrategia de identidad social. Por otro lado, resulta paradójico que en Chile el incremento de las desigualdades no se traduzca necesariamente en un incremento de la conflictividad social, ni mucho menos en la consolidación de proyectos alternativos de desarrollo o nuevos movimientos sociales que puedan incidir en las coordenadas hegemónico-ideológicas. Si bien se valora la acción colectiva, no se concibe que a través de ella puedan disminuirse las desigualdades.


Comité Editorial Revista Némesis
Revista de los estudiantes de Ciencias Sociales
Universidad de Chile


[1] Según datos del Banco Mundial, en América Latina el decil más rico recibe el 48% del ingreso y el decil más pobre el 1,6%; en Chile el decil más rico recibe alrededor del 40% del ingreso. En términos de desigualdad, Chile ocupa el lugar 12 entre más de 100 naciones.