lunes, 29 de diciembre de 2008

Facebook, o la virtual vida de los Otros



“Nosotros no nos consideramos una comunidad, no estamos tratando de construir una comunidad, no estamos tratando de crear nuevas conexiones”.

Mark Zuckerberg

Si para este año nuevo viniera Marx a visitarme y darme el abrazo, le diría que los nuevos años exigen una reformulación de su teoría. Y es que la riqueza ya no se encuentra sólo en el control de los medios de producción y la explotación del proletariado. No. Hoy la riqueza reside cada vez más en el mundo de las “redes sociales”. En efecto, no por casualidad uno de los más intensos usos de internet es participar en redes sociales: comunicarse con amigos, familiares, conocidos y desconocidos para intercambiar palabras, divagaciones, imágenes, diálogos que en realidad nunca son y que pueden ser leídos por millones de personas que consumen varias horas al día atrapados en la web.

El sociólogo alemán Jürgen Habermas planteaba que en las sociedades contemporáneas estamos en presencia de un nuevo modo de espacio público: la esfera privada está siendo invadida y colonizada por la esfera pública. Sin embargo, el también sociólogo Zygmunt Bauman plantea una tendencia opuesta: la colonización de la esfera pública por temas que antes eran considerados privados e inadecuados para exponer en público. Creo que la segunda tesis es más precisa. Lo que está ocurriendo actualmente (en la época de la modernidad líquida) no es sólo una nueva articulación de la frontera privado/público, sino que más bien parece estar operando una redefinición de la esfera pública como espacio en que se escenifican lo dramas privados, exponiéndolos a la vista de todos.

Es en esa redefinición histórica de la esfera pública que se inscribe Facebook, un proyecto de red social financiado y celebrado por la posición ideológica de los capitalistas de hoy. En sí mismo, Facebook es un experimento sociológico potente: uno es libre para ser quien quiera ser (viejo credo liberal que ya Marx denunciara), siempre y cuando a uno no le importe ser bombardeado por la publicad de las grandes marcas del mundo.

Aunque el proyecto fue concebido por Mark Zuckerberg, el joven rostro que todos aman y que todos quisieran ser, el verdadero personaje detrás de Facebook es un tal Peter Thiel, un tipo reconocido como inversionista de capitales de riesgo y como un mediocre filósofo futurista “neocon” (neoconservador). Si bien se dice que el mentor intelectual de Thiel es el famoso antropólogo René Girard (quien propone la teoría de que el comportamiento humano se moviliza por deseo mimético, lo que se ofrece para interpretaciones de alto vuelo teórico), lo importante es dar cuenta de que en Facebook se trata de un nuevo experimento capitalista: se puede hacer dinero con las amistades. Facebook no fabrica absolutamente nada; es un simple mediador de relaciones que ya existían. De este modo, internet abre todo un mundo de expansión del libre mercado.

Tener amigos en la web es el concepto que Facebook invita –ideológicamente- a realizar con el fin de publicitar distintas marcas. En este contexto, nos bombardean cada vez más con nuevas opciones, pero de hecho tenemos pocas opciones verdaderas. Las opciones se han vuelto invisibles en un mundo aparentemente lleno de opciones infinitas. En este marco, Facebook constituye la extensión de un programa que sirve como herramienta masiva de recolección de información: los usuarios ofrecen de forma voluntaria información sobre su identidad, fotografías, listas de amigos, conocidos, y objetos de consumo favoritos. Esta gigantesca base de datos es vendida a los anunciantes bajo la excusa de -como dice Zuckerberg- “tratar de ayudar a la gente a compartir información con sus amigos sobre las cosas que hacen en la red”. Por ello las grandes empresas (Coca-Cola, Blockbuster, etc.) se unen y financian a Facebook, un espacio que se ofrece como libertad absoluta, donde dicha libertad se confunde con la realización de los consumidores y las relaciones con los amigos son convertidas en bienes que se venden a las grandes marcas globales.

Por lo tanto, uno se ve en la necesidad de sostener la tesis que afirma que en la actualidad el valor no reside en objetos manufacturados, sino en las cosas imaginarias, o con más precisión, en las relaciones entre los seres humanos. Hoy lo que se vende son las relaciones mismas. El fetichismo ya no es de las mercancías (como revelara Marx), sino de las relaciones que las sostienen. La nueva forma del fetichismo se expresa bajo la forma de una producción inmaterial: la producción de vida social como objetivo de la producción. El rasgo del capitalismo contemporáneo es la mercantilización directa de la experiencia misma: lo que se está comprando en el mercado son cada vez menos productos (objetos materiales) para poseer, y cada vez más experiencias vitales, participación en un estilo de vida o redes sociales (un lifestyle…quizá por ello no es casualidad que los condones más usados por los adolescentes lleven ese nombre). En la actualidad la lógica del intercambio es invertida: ya no compramos los objetos, sino que el tiempo de nuestra propia vida (y que quemamos sentados frente al computador).

Por otro lado, Facebook parece una suerte de régimen totalitario virtual con una población que crece por millones a la semana. De allí que me vea tentado de sostener que Facebook es la realización virtual de La vida de los otros, la película del director alemán Florian Henckel von Donnersmarck. La vida de los otros (2006) trata sobre la Alemania Oriental bajo el dominio de la Stasi, la policía secreta de Alemania del Este que a través de un sistema totalitario de vigilancia mantenía el orden en el régimen comunista. Así, la Stasi conocía todos los amigos, todos los contactos, todos los movimientos, en fin, todas las redes sociales de los sujetos. ¿Qué es Facebook sino la forma neoliberal, tolerante, abierta y al mismo tiempo oculta de la Stasi? Piénsese en el simple hecho de que una vez abierto una cuenta es imposible desertar de Facebook. Paradójicamente, su carácter oculto está dado por el exceso de visibilidad; es decir, al ser un sistema de información abierto, público, se invisibiliza como dispositivo de vigilancia (y de control diría un foucaultiano paranoide). Lo característico de Facebook no es que se publiquen los datos personales y los gustos frente a los otros sino que es más bien frente al gran Otro (el orden simbólico de la red) en cuanto tal.

Pero más allá de la clásica teoría (paranoide) de la conspiración que vincula Facebook con los sistemas de inteligencia como la CIA, hay que pensar en las posibilidades que abre el mundo de la world wide web en general y los efectos que produce en las relaciones sociales. Decir que a través de la web o de programas como Facebook se busca reemplazar el mundo real por un mundo virtual es decir una burrada. A partir de la virtualización de nuestras relaciones aprendemos que nunca hubo “realidad” en cuanto tal, sino que más bien las relaciones sociales son inherentemente virtuales (imaginarias): la virtualización nos hace concientes retroactivamente de que el universo sociosimbólico como tal ya está siempre mínimamente virtualizado en el sentido de que lo que experimentamos como realidad implica un conjunto de presuposiciones que determinan lo que experimentamos concretamente como realidad. Tal como lo afirma el filósofo esloveno Slavoj Žižek, hay una cierta brecha en la realidad misma, y la virtualización es posible precisamente porque esa brecha “en” la realidad debe ser llenada. Por eso la realidad se redobla a sí misma como realidad virtual. Por eso la realidad necesita de la apariencia. O más bien, por eso la apariencia no es un fenómeno secundario sino que es inherente a la realidad misma.

Sin embargo, todos somos testigos de que la realidad virtual ofrece a la realidad desprovista de su sustancia: la realidad desprovista de “realidad”. Pero al mismo tiempo, las actividades del “ciberespacio” nos revelan lo que hay de “real” en nuestra experiencia de eso que los fenomenólogos llaman “mundo-de-la-vida” (lebenswelt). Es decir, si bien el ciberespacio puede funcionar como espacio imaginario que sirve de escape de lo real traumático que distorsiona nuestras vidas (una suerte de des-realización), al mismo tiempo es un espacio a través del cual podemos acercarnos a lo que pretendemos excluir de nuestra experiencia de la realidad social. Dicho de otro modo, el ciberespacio es tanto un medio para escapar a traumas, como un medio para formularlos en la medida en que nos presenta la posibilidad de acercarnos a las coordenadas de nuestro espacio fantasmático. De ahí que el gesto crítico no es reconocer la ficción detrás de la realidad virtual, sino reconocer lo real en lo que aparece como mera ficción simbólica. Hay algo en la ficción que es más que ficción.

Por cierto, las posibilidades técnicas que abre Facebook explican parte de su éxito. A diferencia de Messenger, que utiliza una tecnología de transmisión uno-a-uno, Facebook es una tecnología de transmisión de uno-a-muchos. Frente al “periodismo ciudadano” de los blogs, Facebook y su lógica del hiperlink explota la “sabiduría de las multitudes”. Además, antes la única manera de participar en la web era escribir (cualquier pelotudés, pero escribir). Ahora Facebook brinda la posibilidad de figurar en la web sin necesidad del ejercicio de la escritura. Como decía Jean de la Bruyere: “la gloria o el mérito de ciertos hombres consiste en escribir bien; el de otros consiste en no escribir”.

Sin duda el mundo Facebook ha crecido desde que se implementara el sistema del news feed, donde el usuario puede enterarse automáticamente de los últimos acontecimientos de la vida de su lista de contactos. Facebook no ha dejado de crecer incrementando la importancia de las herramientas que informan sobre el estado de los asunto privados: “estoy en la playa”, “me voy a acostar”, “me tiré un peo”, etc. Es curioso que la gente tenga tantas ganas de saber qué le pasa o en qué está el otro, y sin tener que preguntarle. Pero más curioso es el efecto de masa (de ligazón libidinal, como diría Freud) bastante peculiar que se desarrolla en Facebook, y que genera formas de identificación que sostienen un “ideal del yo” heterogéneo. Y es que bajo las identificaciones imaginarias que el mundo de la web logra edificar logramos sostener una identidad en la diferencia. Lo particular de Facebook es que en sus múltiples plataformas de comunicación se genera un proceso de homogeneización que promueve la especificidad del otro. Es cosa de notar la popularidad de aplicaciones como los ya clásicos quiz: ¿Qué personaje de 31 minutos eres?, ¿qué tan borracho eres?, ¿qué tan conchadetumadre eres?, etc.

Es decidor que Chile lidere la tasa de crecimiento en Facebook a nivel mundial. Aunque no resulta tan extraño, puesto que el rescate de las redes sociales permite entregarle un pasado a quienes parecen no tenerlo: los jóvenes, los adolescentes. Las personas del pasado quedan como congeladas (muchas veces como meras fotografías) en tu espacio virtual: aquella mina que conociste y te comiste en una fiesta o a quien tuviste de compañero de curso hace algunos años. Facebook es tu memoria en estado presente, no deja pasar el tiempo. Es por todo ello Google se encuentra actualmente trabajando en un sistema llamado Open Social que busca articular y unificar en un solo “ecosistema” a todas las redes sociales.

Pero a fin de cuentas lo que caracteriza a estas fotos, divagaciones, pseudo-conversaciones, chats, post, que se “publican” (es decir, se hacen públicos) en Facebook, Myspace, Blogs (y antes Fotologs), Twitter, etc., no es otra cosa que una pequeña estela de frustración que cruza la propia vida. Las redes sociales muestran que la soledad del ser humano lleva a esfuerzos desesperados por comunicarse y por salir de la cárcel monádica del sí mismo. Es un esfuerzo por tocar al otro sin contaminarse de su otredad radical. Habrá que pensar en ello para tomar conciencia de la propia fragilidad antes de que las palabras nos abandonen, o para no olvidar que la soledad infinita que nos espera a todos es inevitable.

P.D.: escrito como justificación frente a todos aquellos/as a quienes no he aceptado como “amigo” en Facebook.

Álvaro

lunes, 8 de diciembre de 2008

¿Por qué el amor es diabólico?


En el mundo occidental existen dos maneras de explicar el origen de lo "diabólico”. En términos etimológicos, el rasgo compartido por dichas explicaciones es que inevitablemente refieren a la tradición judeo-cristiana, por cuanto la figura del diablo forma parte de esa tradición de una manera específica.

En efecto, podemos entender por un lado la figura del diablo como una traducción cristiana del término griego “daimon” (divinidad). Es decir, frente al universo plural de divinidades paganas, el cristianismo habría valorado negativamente lo “daimónico” como diabólico, es decir, la encarnación del mal. La otra forma de explicar el origen de lo diabólico es partir de la definición de “diabolos” en tanto acto de separar y dividir el Uno en Dos, es decir, precisamente lo opuesto del “symbolos” o acto de reunir y unificar. Dicho de otro modo, el diabolos es el rasgo que perturba la armonía existente del Uno. Así, la posición cristiana es radicalmente diferente de las enseñanzas paganas: el acto de la separación, de trazar una diferencia, de apegarse a un elemento que perturba el equilibrio del Todo, es el acto diabólico por excelencia.

Es por ello que el amor no puede dejar de ser radicalmente violento e inherentemente diabólico. Frente a la indiferencia budista de sofocar todas las pasiones que tratan de establecer diferencias, el amor es una pasión violenta que introduce una diferencia, una brecha en el orden del Ser: el amor es violencia en acto que privilegia y eleva a algún objeto por encima de otros. Si el amor es violencia no es sólo por el dicho vulgar que dice “quien te quiere, te aporrea”, sino porque la elección que supone el amor es en sí misma violenta, ya que arranca un objeto de su contexto y lo eleva a la categoría de la Cosa sublime (el “Das Ding” freudiano y lacaniano).

Ya Freud había demostrado cómo la elección de objeto de amor puede causar perturbaciones en el aparato psíquico de los sujetos, y cómo dicha perturbación reside en la naturaleza misma de la pulsión sexual que desborda permanentemente las posibilidades de tramitación psíquica. Lo problemático es que la significatividad psíquica de la pulsión aumenta cuando es frustrada. Y es que el objeto (de amor) de la pulsión nunca es el originario, sino que siempre es un sustituto que nunca satisface plenamente. De allí que si la falta de permanencia en la elección de objeto de amor es explicable, es por la paradoja de la pulsión misma. En otros términos, la pulsión establece una fisura en el Ser: la pulsión es diabólica.

Ahora bien, no por casualidad en el imaginario colectivo el origen del Mal es una mujer (y más aún, una mujer hermosa). Eso ya está en la Biblia. La mujer hace que los hombres pierdan su equilibrio, desestabiliza el universo por la introducción del deseo. Por la mujer todas las cosas adquieren un tono de parcialidad pulsional.

Ese mismo imaginario universal se reproduce en las imágenes míticas de la cultura popular contemporánea. De hecho, se reproduce en la conversión del “buen” Anakin Skywalker en el "diabólico" Darth Vader en Star Wars de George Lucas. El joven Anakin se convierte en Darth Vader e ingresa al camino del “lado oscuro de la fuerza” (lo diabólico) no sólo porque busca patológicamente el poder, tampoco porque se apega patológicamente a las cosas, o porque no puede elaborar el duelo que supone la muerte de su madre. No se trata sólo de que Anakin no pueda tolerar la pérdida, sino de que está enamorado. Es decir, lo que lo impulsa al lado oscuro es por sobre todo su amor por la princesa Amidala, el hecho de que no puede asumir su pérdida, o la esperanza de que podrá salvar al objeto amado de la muerte. Lo que hace “diabólico” a Anakin es el amor por la mujer.

Allí reside precisamente el secreto del amor: ¿no es acaso la mujer la encarnación del diabolos? En esto soy radicalmente cristiano: no es el amor, sino la mujer lo que introduce lo diabólico en el mundo, la ruptura en la continuidad del Ser. Dios nos libre de su diabólico encanto. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo…

Álvaro