domingo, 1 de abril de 2007

¿Política sin política?

Hace un par de días mi amigo Camilo Sémbler me pidió comentar el esbozo de su proyecto de tesis de Sociología. Me temo que tal tarea me supera en la medida en que mi cabeza está disparando para otros lados. Sin embargo, un artículo aparecido el día de hoy en la sección Economía y Negocios de El Mercurio me conduce a decir un par de cosas que no escapan –me imagino- a las pretensiones de Camilo. Por cierto, quizás mi hermano Ángel tenga más cosas que decir que yo al respecto (le tiro la pelota).

En su tesis Camilo pretende abordar problemas atingentes al proceso de reordenamiento histórico de las sociedades contemporáneas y su impacto en la autocomprensión de las mismas (donde saltan a la vista –cómo no- nombres rimbombantes tales como “sociedad de la información”, “sociedad del conocimiento”, etc.). Lo que caracterizaría a los diversos análisis sobre el tema es que se acentúan las transformaciones económicas y culturales, olvidando –o derechamente desechando- la esfera política: en los diagnósticos contemporáneos la esfera política aparece como una dimensión en proceso de desarticulación (como si su participación en el reordenamiento histórico fuera insignificante).

Según entiendo, en su intento por descentrar el concepto de lo político, Camilo define “la” política como expresión institucional de la trama siempre conflictiva de relaciones de poder entre actores sociales en un determinado momento histórico, siendo este campo el espacio de construcción de las estructuras y prácticas sociales. De modo que con aquella definición se hace hincapié en el carácter antagónico –y por qué no, agónico- de la constitución de orientaciones normativas de lo social. Claro, no se espera menos de un marxista como Camilo.

Pues bien, entendidas así las cosas, la pregunta por “lo” político vendría a ser la pregunta por las condiciones antagónicas mediante las cuales los actores sociales buscan articular la esfera privada (subjetividades, identidades, etc.) y la esfera pública (que se traduce en una suerte de “voluntad general”). Dicho de otro modo, la pregunta por lo político es la pregunta por las condiciones de posibilidad de lo social en tanto orden vinculante.

Pero qué tiene que ver la demanda de Camilo (a la que difícilmente responderé) con que mi cabeza desorientada por estos días haya dado con el artículo de un diario que, según dicen las malas lenguas, miente. Yo creo que poco y mucho. Poco, por cuanto no se pone en juego la autocomprensión de las sociedades, ni mucho menos la pregunta por lo político. Mucho, por cuanto deja entrever el paradigma de la política actual. El artículo de El Mercurio al que me refiero lleva por título “Bachelet se inclina por el ‘alma’ liberal de la Concertación y fortalece liderazgo de Velasco”. Sugerente título (¿quién iba a pensar que una coalición política como la Concertación tiene alma?...Lo de liberal no es sorpresa para nadie). En tal artículo se hace notar que finalmente el gobierno de Bachelet optó por una orientación que favorece el crecimiento económico por sobre una orientación distributiva. Con este giro liberal el gobierno no sólo confirma sus prioridades sino que al mismo tiempo demuestra su posición respecto al modo como se entiende la resolución de conflictos y la tarea política misma.

En efecto, la nueva conformación del gabinete ministerial muestra una orientación liberal, pero por sobre todo técnica. Es cosa de tirar nombres: Velasco, Ferreiro, Cortázar, Tokman, Bitran, entre otros. Y así suma y sigue. Cabe destacar que varios de ellos pertenecen al “think tank” Expansiva (el nuevo partido político que no es ni partido….¿ni político?). Pero estos nombramientos dejan ver también otra cosa: los problemas políticos se solucionan como problemas técnicos…¿y cómo? Bueno, con más técnicos.

No en pocas ocasiones nuestro pintoso ministro de Hacienda Andrés Velasco (que hoy más que nunca está blindado por personajes de su confianza) ha sostenido que consideraciones políticas entorpecen propuestas técnicas: la cosa es ser efectivo y solucionar problemas, no divagar (como la vieja pretensión del kantismo de separar juicios analíticos y juicios de valor….¡¿pero es que acaso eso no es también un juicio de valor?!). No puedo sentir más que simpatía por la gente intelectualmente capaz….y ciertamente Velasco lo es (nadie pone en duda su capacidad como economista), pero eso no se traduce necesariamente en que escapa a la ingenuidad tecnócrata. Tal vez el viejo zorro socialista José Antonio Viera-Gallo (a quien Bourdieu lo hubiera nombrado arquetipo encarnado del capital social y simbólico…aunque le falte la elegancia de un Gabriel Valdés) escape a este perfil, pero nadie nos asegura -y menos aún como están dadas las cosas hoy- que va a tomar las riendas dentro del concierto bacheletista (si es que se puede hablar de bacheletismo hoy por hoy).

Estamos ante un nuevo tipo de positivismo, señores. El neopositivismo en política: política que se pretende apolítica. ¿Cómo? En la época del café descafeinado, del azúcar desazucarada y del copete sin alcohol no podía faltar la oferta de un nuevo producto: la política sin política (el modelo de gestión). Y ese producto vende, les aseguro que vende (si no, pregúntenle a mi hermano Ángel). Creo que detrás de este neopositivismo en política lo que se esconde es un temor al fantasma de la ideología. Los nuevos positivistas creen ser a-ideológicos, por lo tanto, proponen soluciones a-ideológicas. ¿Pero no es este “más allá de la ideología” el gesto ideológico por excelencia? En otras palabras, la pretensión a-ideológica de la política contemporánea (que cree solucionar problemas técnicos con más técnicos…el modelo de gestión) es pura ideología o ideología pura. Valga por ahora –sólo por ahora- la definición del viejo Marx –que no por viejo ya no sirve- de ideología, es decir, la ideología como “falsa conciencia”. ¡El neopositivismo en política es pura falsa conciencia!.

Y es que los técnicos siempre han padecido de un serio problema: creen que la técnica es en sí misma neutral. Nada más ideológico –falsa conciencia- que eso. Los políticos neopositivistas no se dan cuenta de que la técnica supone ya de por sí una cierta “imagen del mundo”. No hace falta leer a Heidegger (o a Marcuse para los más marxistoides…pero eso ya es mucho pedir para el “alma liberal”) para ser conciente de ello. Salvo algunas pocas excepciones dentro de la Concertación, los neopositivistas políticos pecan de ingenuidad. Habría que ir a buscar al partido tecnócrata por excelencia de la Concertación (sin duda el PPD) algunas excepciones: Sergio Bitar y Fernando Flores. No dudo que Bitar sabe perfectamente bien de lo que se trata (ojo, que no es nada menos que un probable presidenciable). Por su parte, Fernando Flores (cosa rara, un neopositivista político que ha leído a Heidegger….bien o mal, no importa, por lo menos lo ha leído) se hace el loco: sabe, pero hace como si no. Como diría Peter Sloterdijk, Ferdando Flores es un perfecto representante de la “razón cínica” (ojo, probablemente ya no es un presidenciable). Claro, de otra forma no podría ir vendiendo de empresa en empresa su paquetito de software.

Un ejemplo al canto: el Transantiago, en sí mismo un problema técnico, un problema de gestión, ha hecho visible las grietas al interior del gobierno de Bachelet: una falta de definición ideológica; en suma, una falta de proyecto político. De otra forma no se explica un cambio de gabinete en un gobierno que no lleva tanto tiempo en el poder. Hay allí un problema de afianzamiento, y eso pasa cuando el norte no está claro. El Transantiago es más que un problema técnico: da cuenta de una crisis política. ¿Quién dijo que la técnica era neutral?

En fin, el panorama pareciera ser el siguiente:

1. Tanto los diagnósticos contemporáneos que sostienen una despedida de la dimensión política de lo social, como las orientaciones políticas del gobierno de la Concertación (como otros gobiernos en el contexto mundial) que son una suerte de reflejo de lo mismo, no logran dar cuenta del fundamento normativo que hace posible la existencia de lo social (ni mucho menos del nudo ideológico que lo sostiene). En tal sentido, no logran dar cuenta de las condiciones de lo político. Así pues, en tales condiciones es imposible plantear y afianzar un proyecto político.

2. Al inclinarse por un “alma liberal” (lo que no es malo en sí mismo -que me perdone Camilo) de orientación tecnócrata, el gobierno de Bachelet no visualiza un concepto de lo político en tanto articulación entre esfera pública y privada, dado que tal orientación (la mera “gestión”) no asume la necesidad de constitución de un espacio público de deliberación colectiva. Al menos eso yo no lo he visto ni aquí ni en la quebrada del ají. Como diría Marcuse (y Camilo seguramente lo compartiría), termina por darse el fenómeno de “cierre del universo discursivo”. ¿A eso hoy lo llamamos “democracia”?.

Tal vez Camilo piense que una salida analítica posible viene dada por la noción de “hegemonía” (nada raro en un joven marxista gramsciano), en la medida en que permite una interpretación comprensiva del poder asumiendo al lazo social atravesado por el antagonismo. Ciertamente, la noción de hegemonía permite visualizar lo político como espacio de disputa en la construcción e instalación de una determinada “concepción del mundo” (o “weltanschauung” para los más siúticos) en tanto que orientación dominante de las estructuras y prácticas sociales. Pero no es suficiente -al menos en lo que se refiere a las “políticas públicas” (resalto lo ‘político’ y lo ‘público’ del concepto). Recordemos que el retorno a la democracia en Chile estuvo cargado de un discurso en términos de hegemonía, donde nociones tales como “bloque histórico” (o “intelectual orgánico”) aparecían en el discurso político de los ideólogos de la transición. Y ya vemos que aún así el devenir político de la Concertación nos muestra que la cosa es muy distinta. Ha pasado mucha agua bajo el puente. La pregunta sería: ¿acaso hay que volver a los orígenes del discurso político de la Concertación, en donde nociones tales como “hegemonía” adquirían sentido? ¿o se hace necesario fundan un proyecto político alternativo donde se asuma que los contenidos de la esfera pública -entre ellos la determinación de identidades sociales- son expresión de relaciones hegemónicas que instituyen orientaciones normativas específicas en la sociedad?.

Pero…¿es tan simple el asunto?. Ante esto, yo sólo menciono un hecho sugerente: al preguntársele a un alto funcionario del gobierno chino por el éxito de la economía china en el contexto mundial este contestó: el éxito chino se debe en parte a que se han dejado de lado viejas interpretaciones que asumían el subdesarrollo como consecuencia inevitable del capitalismo transnacional, lo cual era una de las tesis básicas de la teoría de la dependencia; el éxito chino se debe a que China asume que su situación depende de sí misma y no delega responsabilidades demonizando al capitalismo. En el fondo, y dicho sin rodeos, aquel funcionario chino hizo notar que el éxito de su economía se debe a que abandonaron el marxismo.

Concedo que la analogía es confusa, pero sirve para ilustrar una pregunta: más allá de la cuestión del desarrollo –porque ciertamente se trata de la autocomprensión de las sociedades que subyace a lo político, y viceversa- ¿emprender un proyecto político consistente que asuma la condición ideológica de toda decisión y de las mismas orientaciones normativas que hacen posible el lazo social, un proyecto político que se haga cargo de la articulación de un espacio público de deliberación colectiva, requiere necesariamente pensar lo político y el poder en términos de hegemonía? ¿ganamos algo con ello?. Por supuesto que ayuda a pensar la política y a escapar al neopositivismo en política, pero, repito, ha pasado mucha agua bajo el puente.

Con todo, el problema no queda para nada más claro. Ya he dicho que la discusión me supera dado que mi cabeza está disparando para otros lados (y no se crea que en cuestiones elevadas de índole teórica, sino que más bien ridículamente triviales). Pido disculpas por los saltos lógicos, las conclusiones no desarrolladas y la falta de rigurosidad, pero no es posible en esta plataforma hacer más. Además –y esto es la pura verdad- es una noche de sábado y mi polola me está esperando para salir. ¡Salud!

Álvaro

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