“Misógino aprendiz de seductor que canta rock and roll para exigirle a las estrellas…”
Fito Páez y Joaquín Sabina. Delirium Tremens.
Vimos “Saló”, la película de Pasolini. O más bien intentamos verla. Si no la vimos fue porque algo quedaba como aquello que no cesa de no decirse. Para mí eso de lo no dicho eras tú; era “yo con tú”. Antes habíamos hablado de lo mucho que te gustan los gatos. Habíamos hablado de los gatos y de su estilo seductor. Yo te decía que lo seductor en los gatos era su ronroneo, ese estado puro de goce, esa indiferencia con los otros, ese carácter derechamente masturbatorio del seductor (como Don Giovanni en la ópera de Mozart: de mujer en mujer sólo para recibir la mirada en su goce masturbatorio). Cuando un gato camina es como si bailara tango. Quizás por eso te gusto, porque hay en mí una gestualidad propiamente teatral, como de tango, como de ronroneo.
No es tan fácil llegar a ser gato. Primero que todo, es necesario deshacerse de las ilusiones. Por ejemplo, deshacerse del amor. Te lo digo de una vez. El amor se sostiene en un engaño fundamental: tratamos de llenar, de saturar, la abertura del deseo del Otro, ofreciéndonos al Otro como objeto de su deseo. Así, la respuesta del amor es: “Yo soy lo que a ti te falta; con mi devoción a ti, con mi sacrificio por ti, te llenaré, te completaré”. Un gato no cree en eso. Pas du tout.
Te lo digo de otra forma. El amor es siempre una operación narcisista, una operación doble: el sujeto intenta llenar su propia falta ofreciéndose al otro como el objeto que llena la falta en el Otro. ¿Lo ves? El engaño del amor, la ilusión del amor, la falsedad del amor, es que esta superposición de dos faltas anula la falta como tal ofreciéndonos una completitud mutua. El amor ignora que no es más que el deseo de ser Uno (“hacer Uno con dos”). Por eso el amor es impotente.
Ahora te quedará más claro. El amor es una operación de desconocimiento, de desmentida de un hecho fundamental: el hecho de que el secreto del sexo es que “no hay relación sexual”, que la relación sexual es una imposibilidad en sí misma (gran secreto que guarda el psicoanálisis). El amor suple la ausencia de relación sexual. Entre copa y copa ya habíamos hablado de esto. En la relación sexual no hay relación con ese otro empírico, sino sólo con la fantasía que nos hacemos de ese otro. El hombre sólo puede relacionarse con la mujer en la medida en que ella entra en el marco de su fantasía. La imposibilidad de la relación sexual se oculta con la puesta en escena de la fantasía. Más allá de esa fantasía encontramos sólo pulsión –como decía Freud (por quien no pareces sentir mucho cariño), lo perverso polimorfo. “No hay relación sexual” quiere decir también que la sexualidad lo invade todo (y de eso sí que sabía el viejo Freud) justamente porque no puede encontrar satisfacción en sí misma, porque nunca alcanza su objetivo –y siempre desborda.
Por favor, fíjate bien. En el amor opera un malentendido infantil: se intenta tomar a cualquier otro por el objeto que daría satisfacción al goce formando Uno consigo -eso que Lacan llamó “objeto a”, objetivación de un vacío radical…lo real imposible. Si el “objeto a” es una metáfora de ti o de mí poco importa para un gato. Lo que importa es que el objeto de amor es siempre contingente, sólo viene a ocupar un espacio vacío (y que lo seguirá siendo eternamente). El objeto de amor es siempre un objeto metonímico, ese objeto que nunca está ahí, que siempre está situado en otra parte, que siempre es otra cosa. El deseo es siempre deseo de Otra cosa, de lo que falta, de lo perdido primordialmente. Pero claro, no queremos saber nada de eso, por ello inventamos el amor y creemos en él. El querer “hacer Uno con dos” es querer no saber nada de tal metonimia. Entonces, el amor funciona como un argumento imaginario que llena el vacío, la abertura del abismo del deseo. Creo que a ti te gusta esa palabrita: “deseo”, aquello que es a pesar de ti misma.
Pero no se entiende al amor si no se entiende al “fantasma” (soporte del deseo). A esta altura me preguntarás: ¿Cómo se convierte un objeto contingente en objeto de deseo? Yo te respondo: cuando hay algo en él que es más que él, mediante su ingreso en el marco del fantasma, en la escena de la fantasía que soporta el deseo del sujeto. Cuando alguien dice “te amo”, en realidad está diciendo: “yo te hago ingresar a mi fantasía fundamental”, “amo en ti eso que es más que tú”. Recuérdalo: en ti más que tú. El hombre sólo puede alcanzar a la mujer a través del fantasma. Pero ello equivale a poner a la mujer en la posición del objeto causa del deseo (“objeto a”) y no como objeto de goce. Otra vez: “no hay relación sexual”. Lo repito de otra forma: cuando un hombre intenta alcanzar sexualmente a una mujer sólo se encuentra con ese “objeto a”. Te habrás dado cuenta que caemos entonces en el problema de la realización del deseo: cuando encontramos en la realidad un objeto que tiene todas las propiedades del objeto fantaseado del deseo, necesariamente quedamos a pesar de todo algo decepcionados, se nos hace evidente que el objeto encontrado finalmente no es la referencia auténtica del deseo (decimos: “ah, puta, esto no es”).
Déjame ser un poco ridículo y citar a Lacan: “AMAR ES DAR LO QUE NO SE TIENE A ALGUIEN QUE NO LO QUIERE”. Permíteme ahora una sentencia estúpida: el amor es pura ideología. Sentencia funesta, qué le vamos a hacer.
Cuando vimos “Saló” yo te hablé del Marqués de Sade. La importancia de Sade es que por primera vez hizo ver a la sexualidad como fenómeno político (y con ello Sade se adelantó dos siglos a Foucault). Dolmancé, uno de los personajes más notables de la literatura sadeana, es el perfecto transgresor de la ideología del amor, es un político radical, todo un revolucionario –el perverso siempre lo es.
Pero volvamos a los gatos. Volvamos a la seducción. El otro día leías a Baudrillard (Q.E.P.D) y te acordabas de mí. Él hablaba de la seducción como “crimen originario”. Es como si Baudrillar hubiera escuchado a Gustavo Cerati, o al revés. Pero yo no creo que los gatos sean unos criminales, pero sí que son difíciles de tratar. Ya te decía que cuando un gato camina es como si bailara tango, se te puede escapar en un leve movimiento de cola. Y en eso reside precisamente parte de su carácter seductor. La seducción es del orden del artificio; trabajo del cuerpo a través del artificio. Es del orden de lo ritual.
El ronroneo del gato es un juego libidinal de indiferencia con los otros, puro goce masturbatorio. Allí reside el carácter subversivo de la seducción, en la irreconciliación con el otro, en la afirmación de la extrañeza de lo otro. La seducción tiende siempre a descentrar respecto a la identidad: es la insistencia de la alteridad radical. Cuando vimos “Saló”, yo estaba completamente descentrado (y no sólo por el vino).
Ojos que aprendan a mirar. Seducción viene de Se-ducere: llevar aparte, desviar de su vía…estrategia de desplazamiento. Producir viene de Pro-ducere: poner las cosas en la obscenidad de la mirada. La seducción no es producción. La seducción saca las cosas del orden de lo visible. Es mantener latente el secreto. La producción es siempre pornográfica: por ejemplo, hace del sexo algo más real que lo real: voyeurismo de la representación (ni siquiera el psicoanálisis escapa a eso). Hay una disolución de las cosas en la transparencia de la mirada; la obscenidad del porno consume su objeto. Fin del secreto. Ya te habrás dado cuenta de que vivimos en una verdadera cultura porno: todo tiene valor de uso, todo es puesto en escena. La era de la producción es también la era del fin de la seducción. Nuestra cultura es la cultura de la eyaculación precoz.
Labios que quemen. La seducción no niega el deseo, se limita a ponerlo en juego, y sólo puede hacerlo en la medida en que es femenina. En su caminar, el gato es femenino. Lo femenino siempre está en otra parte, seduce porque nunca está donde se piensa. Nunca sabemos en realidad lo que quiere decir una mujer (dice “No” cuando quiere decir “Sí”). Tú lo sabes mejor que yo. La mujer es lo femenino como apariencia. La mujer es mascarada, travestismo: todo es maquillaje, teatro…seducción. Simulacro. La seducción sustrae al discurso de su sentido. Por eso hay un miedo a ser seducido. Pero no nos engañemos, para seducir es preciso haber sido antes seducido. En ese juego de uno con el otro se quiebra la lógica del sujeto/objeto. Es un remolino del que no se sale ileso.
Lluvia de semen. ¿Pero cuándo transgredimos los límites de la inmanencia de la seducción para entrar en otro juego? ¿Cuándo entramos en el orden del erotismo? Decía Bataille que “el erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte”: disolución de la discontinuidad, pasión por lo imposible. Transgresión que pasa siempre por la mirada, por el ojo. El terreno del erotismo es el terreno de la violencia (del potlach y de su resto, la “parte maldita”). Eso es precisamente Sade: el límite sólo se da para ser excedido. Eso es “Saló”. Allí, la belleza es deseada sólo para ensuciarla. ¿Por qué nos gustan las mujeres bellas? Porque deseamos profanar su belleza. La fealdad no puede ser profanada. De ahí la fantasía sadeana fundamental: la fantasía de un otro, del cuerpo de la víctima, que puede torturarse indefinidamente y mágicamente retener su belleza.
Por eso el erotismo desnuda (es como dar la muerte a través de un ritual orgiástico). Al contrario, la seducción pone un velo, es permanecer en la inmanencia del deseo (deseo como deseo de deseo; lo que deseamos es el hecho mismo de desear). Por eso el amor es ignorancia del deseo. Y por eso la seducción no tiene nada que ver con el placer.
Todo esto no deja de ser perverso. Es como “Saló”. En la perversión, la sexualidad se transforma en un objeto directo de nuestro discurso, pero el precio que pagamos por ello es la desexualización de nuestra actitud hacia la sexualidad: la sexualidad adviene un objeto desexualizado entre otros. Con ello, lo que se pierde es la posibilidad de una aproximación a la sexualidad que sea sexualizada. ¿Es posible hablar sexualmente del sexo?. Lo siento, pero no dejo de contradecirme.
Cuando un gato camina es como si bailara tango. Misógino aprendiz de seductor, de la gestualidad de gato, del tango, del ronroneo. Puro delirium tremens. Y es que la sexualidad, el erotismo y la seducción están siempre más allá o más acá…ahí donde ahora estás tú, o lo que es “en ti más que tú”.