Cuánto puede un cuerpo.
Aquí la respuesta es barbarie.
Villa Grimaldi, 27/09/08
“El cuerpo es nuestra angustia puesta al desnudo”
Jean-Luc Nancy. Corpus
El sábado pasado hice una visita a lo que hoy se conoce como “Parque por la paz Villa Grimaldi”. Allí pude observar la instalación de un espacio institucional que hoy funciona como un lugar de memoria, una verdadera “huella mnémica”, la exposición abierta del inconsciente -con todo lo que tiene de material reprimido- nacional.
La entrada de Villa Grimaldi la identifica como “centro clandestino de detención, tortura y exterminio entre 1973 y 1979”. Y la presentación va inmediatamente acompañada por la cifra: 4.500 torturados, 226 detenidos desaparecidos y ejecutados. Recorriendo Villa Grimaldi el énfasis es puesto en su “arquitectura del castigo”, en su “lógica concentracionaria de muerte probable o muerte certera”, en el “castigo al cuerpo como objeto político”. Dos instalaciones son paradigmáticas de su arquitectura: las “casas corvi”, celdas herméticas de un metro por un metro, donde “sólo podíamos respirar por el visor que usaban los guardias para observar hacia su interior”, y “la Torre”, “lugar de castigo dentro del castigo”, “lugar de soledad, tortura y exterminio”, pero también espacio panóptico del poder. Sin embargo, lo que más sorprende al visitar Villa Grimaldi es la absoluta racionalidad que hubo en la administración de la tortura. Villa Grimaldi era una verdadera maquinaria del castigo, una industria eficiente de la producción de tortura. Y es precisamente aquella rigurosidad científica en la administración de los cuerpos lo que otorga a Villa Grimaldi un estatuto biopolítico.
Sí, biopolítico. Porque ¿no se trata a fin de cuentas de aquello que Foucault llamó “biopolítica”? En efecto, allí la existencia humana se situaba en una zona de indeterminación, en el frágil límite entre vida y muerte, en eso que Giorgio Agamben denominó nuda vida. Es el mismo Agamben quien sostiene la tesis que define al campo de concentración como nomos de lo moderno, matriz oculta del espacio político de nuestros días, situación en que el estado de excepción empieza a convertirse en regla, paradigma del espacio donde la política se convierte en biopolítica y el homo sacer se confunde con el ciudadano. Lo que subyace a dicha tesis es la constatación del lazo estrecho que existe entre poder legal y violencia, puesto que es precisamente en ese espacio de indeterminación que define al campo de concentración donde, en estado de excepción, la ejecución se convierte en el paradigma del ejercicio del poder y el cuerpo humano es expropiado de su estatuto político normal y abandonado a condiciones extremas.
Durante la Alemania nazi existía la figura del Versuchepersonen, o persona de prueba que era objeto de experimentaciones. Versuchepersonen era el “trosko Fuentes”, detenido de Villa Grimaldi que, encadenado y encerrado en una casa de perro, fue objeto de inyecciones de sarna. Para mí, Villa Grimaldi no representa otra cosa que el despliegue de un relato de y sobre ese cuerpo torturado. Fue precisamente Foucault quien mostró cómo las relaciones de poder pueden penetrar materialmente en el espesor mismo de los cuerpos, cómo el poder se ha introducido y se encuentra expuesto en el cuerpo mismo, cómo el cuerpo individual (cuerpo viviente) y el cuerpo social (población) se han convertido en el verdadero objeto de la política moderna. Esto implica que el cuerpo no existe sino dentro y a través de un sistema político, por cuanto el poder es aquello que forma, mantiene, sostiene y a la vez regula los cuerpos; opera en la constitución de la materialidad misma del sujeto, y simultáneamente forma y regula al sujeto: el objetivo de las disciplinas es convertir la singularidad somática en el sujeto de una relación de poder, y así producir individuos; el individuo no es otra cosa que el cuerpo sujetado.
Pero el homo sacer de hoy adquiere una especificidad más compleja. Hoy, el objeto privilegiado de la política humanitaria es la población reducida a objeto biopolítico. Como lo sostiene Žižek, aquellos que son percibidos como receptores de ayuda humanitaria son la figura emblemática del homo sacer en la actualidad (los sans-papiers en Francia, los habitantes de las favelas en Brasil, los afroamericanos en USA, los sin techo en todo el mundo, y podríamos agregar a los indígenas en Chile y América Latina). Y es que ya no existe oposición entre guerra y ayuda humanitaria. O podríamos decir: la ayuda humanitaria es la continuación de la guerra por otros medios (basta con pensar en Irak). En este sentido, el homo sacer tiene un doble rostro: por un lado, ser humano reducido a la nuda vida en tanto objeto disponible del saber especializado; pero también respeto al Otro vulnerable. De ahí que tanto el campo de concentración como el campo de refugiados compartan la misma matriz sociológica.
La frase “Dios ha muerto” –dice Alain Badiou- quiere decir que el hombre del humanismo también está muerto. Si el siglo XX comienza con el tema del hombre como programa -y el “superhombre” nietzscheano no es otra cosa- y ya no como dato, el siglo XXI, bajo el signo de los derechos humanos como derechos del ser viviente natural (y no otra cosa es la discusión en torno a la condición abortiva de la píldora del día después), intenta volver al hombre como dato. En ese contexto, las democracias contemporáneas pretenden imponer un “humanismo animal”: el hombre sólo existe en cuanto es digno de compasión, el hombre es un animal lastimoso al cual tenemos acceso a través del espectáculo de los padecimientos.
¿De qué se trata entonces en Villa Grimaldi? Se trata de hacer del cuerpo un objeto a partir de la materialización del estado de excepción, materialización que obedece a la estructura biopolítica del campo de concentración. En tal sentido, Villa Grimaldi aparece como un lugar donde la experiencia totalitaria dice que todo es posible. Y es allí donde se debe indagar acerca de los procedimientos jurídicos y los dispositivos políticos que hicieron de lo posible el todo; es allí donde se debe indagar la relación estrecha que anuda ley y violencia.
“Aquí no hay testigos, hay actores”, dice un ex detenido en Villa Grimaldi. Actores que en su desgarro testimonian la progresiva politización de la vida en sus propios cuerpos. Tal como lo ha sostenido Rodrigo Karmy, en la Polis chilena el desaparecido ha sustituido al ciudadano y el campo de concentración a los espacios públicos: las esferas privadas y públicas se encuentran dislocadas porque no encuentran ni a sus familiares ni a sus ciudadanos, todo un proceso de “des-ciudadanización” en que se termina por ser expulsado de los sistemas institucionales. Así lo testimonió el cuerpo de Carlos Castro, joven conscripto que es colgado de un árbol y luego golpeado a cadenazos por sus compañeros militares a causa de ser acusado de colaborar con detenidos. Así se inscribe la “pedagogía del castigo”, así opera el ejercicio de la tortura que hace de su cuerpo una materia indistinguible de un cuadro de Francis Bacon.
En aquella absoluta indiferencia entre hecho y derecho de ese cuerpo biopolítico que es la nuda vida, habrá que preguntar nuevamente –y con mayor razón hoy, cuando se cumplen 20 años del famoso No-, cuánto puede un cuerpo.