El sistema de los objetos es cosa curiosa. Hoy, tanto en Chile como en el resto del mundo, existe una locura generalizada dentro del ambiente tecnologizado por la llegada del nuevo celular-ipod iPhone 3G. Tal aparatito se ha convertido en la nueva sensación que hace que incluso ya exista una lista de espera para obtenerlo. Es tanta la parafernalia, que incluso el iPhone fue elegido como invento del año por la revista Time en 2007, y posicionó a Steve Jobs (gerente de Apple) como una de las personalidades más influyentes en el público consumidor. En Chile, la fiebre del celular -representada caricaturescamente por el icono del “Aló, Faúndez”- ya es archiconocida. Ahora se abre en las empresas de telecomunicaciones una nueva carrera por obtener la exclusividad de la distribución del nuevo objeto del deseo.
La verdad es que no conozco las características y funcionalidades tecnológicas que ofrece el nuevo iPhone, pero sí logro distinguir la funcionalidad que obtiene dentro de la economía del deseo de los sujetos. Creo que el iPhone viene a ocupar un lugar dentro del sistema de los objetos de consumo que actualmente desempeña una función análoga a aquello que Lacan denominara el “objeto petit a” (objeto causa del deseo).
Existe un vacío estructural en los objetos a causa del cual ningún producto es realmente lo que ofrece. Dicho de otro modo, ningún producto está a la altura de las expectativas que abre dentro de la economía psíquica de los sujetos. Lo que revela el objeto iPhone y toda la parafernalia que gira a su alrededor es la fórmula misma de los productos que prometen más de lo que inherentemente son. Tal como lo sostiene Žižek, la función última de ese plus es compensar el hecho de que ninguna mercancía cumple efectivamente su promesa fantasmática: completarme, hacerme la vida más feliz, todo será mejor una vez que obtenga dicho objeto, etc., etc. Nuevamente estaríamos frente a la estructura propia de la mercancía, aquella que se inscribe dentro del orden del fetichismo (de la mercancía) del que ya hablara Marx.
Lo crucial en este punto es que existe una homología entre esa estructura de la mercancía y la estructura del sujeto moderno producido al interior del discurso capitalista. Dicho en breve: la esencia de nuestra subjetividad es un vacío que se llena con apariencias. En efecto, el tipo de subjetividad que se produce en este tipo de sociedades es una de las principales formas de capital que permiten al capitalismo seguir su curso de reproducción y metástasis. Como ya lo sostuviera Lacan, el discurso capitalista se sostiene en la promesa fantasmática que supone que el “objeto a” (plus de goce) puede ser integrado. El capitalismo es la primera forma de sociedad, el primer modo de producción que ha logrado capturar algo constitutivo de la propia conformación de la subjetividad. Es la primera vez en la historia que hay una suerte de coincidencia entre la estructura del sujeto y una forma de dominación que ha sabido apoyarse en tal estructura: a través de la lógica del ideal anónimo del mercado se asume el valor de la “falta” (vacío) inherente en el sujeto como aquello que hay que saber completar a través del sistema de los objetos.
Nuestra economía del deseo es cosa curiosa. El objeto iPhone viene a demostrar el hecho de que la lógica del capitalismo contemporáneo no es una lógica del consumo, sino más bien del deseo. Las apariencias (no) engañan.
Álvaro