Necesitamos más ficción para (sobre)vivir lo real. Esa parece ser una moneda corriente que circula entre los cinéfilos de hoy. Puede que sea una conclusión sensata, pero requiere aclarar ciertas cosas.
En su documental The Pervert’s guide to Cinema, el filósofo y psicoanalista esloveno Slavoj Žižek sostiene que para entender el mundo de hoy, necesitamos más que nunca del cine. Sólo en el cine obtendríamos esa dimensión crucial que no estamos listos para enfrentar en la vida real. La premisa de Žižek es la siguiente: “si buscas dentro de la realidad algo más real que la realidad misma, sumérgete en la ficción cinematográfica”.
Lo relevante en este caso es dar cuenta del hecho de que el cine encarna una ontología profundamente freudiana: en realidad no se trata de ir al sueño (a la ficción cinematográfica) para escapar de nuestra dificultad para enfrentar nuestras vidas cotidianas, para evadir la crueldad de la realidad; se trata más bien de demostrar que nos aferramos a la realidad para ocultar el núcleo traumático de nuestros sueños y el deseo reprimido que movilizan.
Pero la tesis de Žižek contrasta con el argumento del cinéfilo más potente de la historia del cine: Jean-Luc Godard. En su película –verdadera historia de las imágenes- Histoires du Cinema, Godard sostiene que ninguna actividad o forma de vida será leída por el arte antes de que su época haya terminado: el cine -dice Godard- es un arte del siglo XIX que hizo existir el XX -que por sí mismo existió poco. Golpe bajo a la pretensión demiúrgica de las vanguardias.
En efecto, la lógica del capitalismo tardío no es la de Metrópolis (de Fritz Lang), tampoco la de Tiempos modernos (de Chaplin), ni siquiera la de The Matrix (de los hermanos Wachowski): la promesa de que es posible un lugar donde tenemos acceso al goce absoluto, el verdadero “desierto de lo real” (lo que no es otra cosa que la desmentida perversa de la castración simbólica), aún no puede ser representada: ni la pastilla azul (quedarse en la ilusión), ni la pastilla roja (lo real detrás de la ilusión), sino una tercera que es siempre otra (lo real “en” la ilusión de la Matrix).
El discurso capitalista puede ser leído como el discurso del fracaso de la castración (inversión perversa del fantasma neurótico). En las sociedad del capitalismo tardío la represión social ya no actúa bajo la apariencia de una Ley o prohibición internalizada que exige renuncia y autocontrol; asume más bien la forma de una instancia que impone la actitud de ceder ante el deseo: ¡goza!. Si el capitalismo ha llegado a una fase en que pareciera no necesitar el ocultamiento de sus intereses, si el capitalismo es la panacea de la razón cínica, se debe precisamente a esa lógica del deseo.
Y el cine, tal como lo argumenta Žižek, es el arte perverso por excelencia: no te da aquello que deseas, te dice cómo desear. Hay una escena de la película Carmen, pasión y muerte (de Godard) donde se dice: “¿Sabe usted? La belleza es el comienzo del terror que somos capaces de soportar”. Para mí se trata del mismo manifiesto que inspiraba a Dalí en su pintura: “La belleza es la suma consciente de nuestras perversiones”, decía. Y es que la perversión no es lo que transgrede la ley, sino lo que se le escapa bajo la forma del ceremonial: ritual de nuestras fantasías y su guión riguroso.
La posición cada vez más privilegiada del cine en nuestros imaginarios me recuerda una tesis que Martín Hopenhayn lanzó en una entrevista que le hice la semana pasada: es en la Industria Cultural donde hoy se tiende a jugar la lucha por difundir e imponer sentidos; es decir, la politización de la cultura -y la culturización de la política- se juega cada vez más en el conflicto al interior de la Industria Cultural, en el intercambio simbólico. Un producto, un objeto cultural, no es mercancía más que por efecto de discurso.
Todavía no tengo claro si creerle a Žižek o a Godard respecto a la posición del cine frente a la realidad contemporánea. La verdad es que poco me importa. Lo que rescato es el hecho de que sólo a partir del fantasma (de la producción inconsciente de fantasías) podemos intentar acercarnos al trauma que representa lo real de nuestros deseos. Y hoy más que nunca, el cine es el lugar que aparece como plataforma cultural para resolver las coordenadas del estatuto social de esa producción de imaginarios.
Fetichismo soberano de la imagen, mascarada seductora de la perversión.
Álvaro